Andrea Alciati Liber Emblematum
3.
2. 1. 2. La génesis de la literatura emblemática y su base
ideológica.
La
literatura emblemática tiene su fecha definida de nacimiento en
1531, con la publicación del considerado primer libro de emblemas,
el Emblematum
liber
de Andrea Alciato, famoso jurisconsulto milanés (1492-1550).
Sánchez
Pérez señala el carácter casual que tuvo el surgimiento del
género:
En el siglo
XIV había sido publicada por el monje griego Maxime Planude una
Antología
de epigramas. Estos mismos epigramas sirvieron a Alciato para
realizar una recopilación, añadiendo algunos más de otros autores
como Gellio, Plinio, Pausanias, Teócrito... Con ellos confeccionó
un manuscrito que presentó al consejero imperial Peutinger, a quien
Alciato había dedicado la obra. Peutinger presentó dicho manuscrito
al impresor Steyner y éste, considerando lo oportuno de una
ilustración de los epigramas, confió esta tarea al grabador Breuil.
Así apareció el primer libro de emblemas.
Señala Claudie Balavoine que
Alciato aparece como el creador accidental de un género, pues su
idea del emblema es muy distinta de la que luego se estableció.
Alciato, que se había ejercitado anteriormente como traductor latino
de los epigramas griegos de la Antologia de Planude1,
considera originalmente el emblema como un epigrama, como se deduce
de lo que dice del título de su libro:
His
saturnalibus ut illustri Ambrosio Vicecomiti morem gererem, libellum
composui epigrammaton cui titutum feci Emblemata2.
Es notable, por otra parte, la
indiferencia del autor por las ilustraciones: En su correspondencia,
Alciato no hace nunca la menor mención de los grabados que Heinrich
Steyner incluye por primera vez en la ed. princeps, y en la
edición de sus opera omnia de 1547 y 1548, revisada por el
autor, éste incluirá sus Emblemata sin ningún grabado3.
La iniciativa de la ilustración
corresponde plenamente a los editores. En el prefacio a su edición,
el impresor Steyner señala que el sentido de las ‘viñetas’
(notulae) es facilitar la comprensión del texto:
Vtilissimum...
nobis visum est si notulis quibusdam rudioribus gravissimi authoris
intentionem significaremus quod docti haec per se colligent4.
Por tanto, el emblema, tal como
nació en 1531, se presenta como producto tanto de la edición como
del autor. Es esta asociación secundaria de imagen y texto que se
instaura en el emblema la que se percibe desde el primer momento como
el modelo de un género nuevo5.
Respecto al sentido que Alciato
atribuye al término ‘emblema’, éste se atiene a su sentido
etimológico cuando dice que de su pequeño libro de epigramas que ha
titulado Emblemata pintores, orfebres y fundidores podrán
sacar diversos tipos de blasones:
...cui
titulum feci Emblemata unde pictores, aurifices, fusores id genus
conficere possint quae scuta appellauimus et petasis figimus vel pro
insignibus gestamus qualis Anchora Aldi, Columba Frobenii et Calvi
elephas tam diu parturiens nihil parturiens6.
Balavoine atribuye a la
contemporánea moda de las empresas estas afirmaciones, sin que haya
que suponer que los emblemas han surgido de las divisas, sino que,
por el contrario, el emblema es para Alciato generador de divisas en
función, no de una naturaleza inicialmente iconográfica, sino de la
claridad de su texto7.
Es también la boga de las divisas,
según la estudiosa francesa, la que ha determinada la relación
existente entre los elementos del emblema:
La
moda de las imprese
ha prevalecido sobre la estructura literaria más rigurosamente
sintética que Alciato había elaborado [emblema sin imagen
consistente en un mote y un epigrama]. De la descripción contenida,
de un modo o de otro, en todo epigrama los editores han extraído una
imagen que, unida al motto,
forma con él una entidad independiente, a veces un poco misteriosa,
pero nunca indescifrable. En cuanto al epigrama, éste puede, en
prácticamente todos los casos, bastarse a sí mismo puesto que
incluye a la vez el objeto y su interpretación8.
El libro obtuvo un éxito inmenso e
inmediato, y de él se hicieron más de 150 ediciones9.
Sánchez Pérez señala que la razón de tal resonancia debe
atribuirse al hecho de que la obra de Alciato dio forma a algo que
estaba en el ambiente: la creación de un lenguaje ideográfico, a
base de imágenes, a imitación de los jeroglíficos egipcios, tan
admirados en aquellos años10.
El marcado interés renacentista por
el jeroglífico tiene su punto de partida en la publicación en 1517
de los Hieroglyphica Horapolli, traducción latina de un
manuscrito griego sin imágenes traído a Florencia en 1419 por
Cristoforo Buondelmonti, y que se pensaba escrito por un legendario
Horapolo en época de los antiguos egipcios. En 1505 se publica el
texto griego sin imágenes. Las posteriores ediciones ilustradas
ofrecen ya tres elementos: la imagen extraída del texto, un título
que enuncia de manera concisa el concepto ilustrado por la imagen, y
un texto en prosa, no muy largo, que explica la correspondencia
existente entre la imagen y el concepto. Se piensa que este Horapolo
vivió bajo Zenón (474-491). Era originario de Fenebitis (nomo de
Panopolis), y profesaba en una de las últimas escuelas paganas de
Egipto, en Menutis, cerca de Alejandría. Parece ser que compuso en
egipcio la totalidad del primer libro y una parte del segundo, que
fueron traducidos al griego por un tal Filipo. Horapolo se muestra
como uno de los intelectuales de los últimos círculos paganos del
siglo V que se esforzaban por recopilar por doquiera los jirones de
una tradición ya agonizante. De ahí el aspecto heteróclito de la
recopilación, donde se encuentran elementos de origen greco-latino
(el pensamiento alejandrino teñido de gnosis, Aristóteles, Plinio),
junto a fragmentos auténticos de la escritura jeroglífica egipcia11.
Ahora bien, el valor real de estos jeroglíficos queda
desnaturalizado por la interpretación viciada del propio Horapolo,
que pretende dar valor simbólico a lo que no son más que signos
fonéticos en la escritura egipcia12.
Pero los humanistas desplegaron una desmesurada veneración por los
jeroglíficos, pensando que a través de ellos se podría alcanzar la
mítica sabiduría de origen divino que ya los griegos atribuian a
los antiguos egipcios13.
El carácter enigmático atribuido
proporcionalmente a la calidad de la sabiduría, siempre en relación
con los jeroglíficos, unido a la influencia permanente del
pensamiento simbólico medieval, que parte del principio de que Dios
no es conocible directamente, sino a través del espejo de la
creación (que es así como un conjunto de indicios y signos),
configuran el soporte ideológico de la literatura emblemática14.
El emblema nace, pues, en sus
primeros cultivadores italianos como método de búsqueda y
presentación de lo enigmático e ingenioso, en un ingenuo intento de
aproximación a la sabiduría antigua. Pero la índole enigmática
fue cediendo en importancia al desarrollo del aspecto didáctico
implícito en el emblema, en un proceso paralelo al del cultivo
creciente de la emblemática en lenguas vulgares15.
El carácter pedagógico del emblema
es palmario entre los jesuitas, cuyos emblemistas son legión en todo
el occidente europeo, y sus obras de temática variada, pero siempre
aleccionadora16.
Recuerda Clements la idea de Mario Praz de que los emblemas estaban
especialmente bien adecuados a los jesuitas, ya que su naturaleza
gráfica coincidía con “la técnica ignaciana de la aplicación de
los sentidos a ayudar a la imaginación a representarse a sí misma
en los menores detalles circunstancias de importancia religiosa, el
horror del pecado y los tormentos del Infierno”.
Jean Seznec observaba una
contradicción entre el modo esotérico de expresión que pretende
ser la emblemática, y sus fines didácticos abiertos a un lenguaje
popular. José Antonio Maravall rechaza tal antinomia, y afirma que
precisamente el emblema procura multiplicar sus posibilidades
didácticas acogiéndose a una expresión difícil:
La
dificultad incita al ingenio y le detiene mientras se esfuerza por
resolver el oculto sentido que encierra. Al mismo tiempo hace que el
concepto quede más honda y persistentemente grabado en la mente. Y
por este doble motivo de detención y de recuerdo más intenso, tiene
un innegable valor educativo17
Todo esto está en consonancia con el
elogio de la dificultad frecuente en los escritores del siglo XVII, y
con el público al que se dirige, acostumbrado a la presencia de
enigmas y jeroglíficos no sólo en la literatura, sino incluso en
las grandes celebraciones ciudadanas:
El
emblema con su ejemplarismo y plasticidad ha de juntar una dosis de
dificultad que satisfaga la afición al ingenio de esos nuevos grupos
cultos, sin defraudarlos por exceso insuperable18.
Observa, no obstante, Sánchez Pérez
que en la emblemática española, en general, el aspecto artístico y
enigmático están muy limitados en comparación con lo que ocurre
con la finalidad didáctica y moralizante (muchos de los autores son
eclesiásticos despreocupados por los aspectos estéticos que
escriben con fines de predicación y divulgación de los principios
morales cristianos). Prueba de ello es la importancia que se da al
comentario frente al emblema que precede19.
Tras todo lo dicho, es el momento de
intentar responder a la pregunta que se planteaba al final del
apartado anterior en torno a los motivos que llevan al autor de
otios. a presentar su macarronea como un emblema, a pesar de
las diferencias tan marcadas que, a nivel de construcción, existen
con los emblemistas que le preceden, y le seguirán.
1
En la recopilación de Cornarius Selecta epigrammata, Bâle
1529, el nombre de Alciato figura junto al de otros como Erasmo,
Tomás Moro, Policiano y Valla firmando 140 traducciones, de las que
30 pasarán al Emblematum liber sin ningún cambio en su
mayor parte (cf. C. BALAVOINE, o.c., p. 50). Mario Praz
señala las correspondencias con la Antologia Planudea, y
habla de casi cincuenta emblemas de un total de doscientos veinte
(pp. 26-27).
2
Cf. G.L. BARNI, Le lettere di A. Alciato, Florence 1953, p.
46 cit. por C. BALAVOINE, o.c., p. 50.
3
Cf. C. BALAVOINE, o.c., pp. 50-51
4
cf. ib., p. 52
5
cf. C. BALAVOINE, o.c., p. 53-54
6
cf. ib., p. 53
7
cf. ib., p. 54.
8
cf. ib., p. 56 (la traducción es mía).
9
Sobre la historia editorial del libro cf. J. F. ESTEBAN LORENTE,
o.c., pp. 324-331.
10
Cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., p. 15
11
cf. CLAUDE-FRANÇOISE BRUNON, “Signe, Figure, Langage: Les
Hieroglyphica d’Horapollon” en YVES GIRAUD (ed.),
L’Emblème à la Renaissance..., pp. 31-33. Dice la
estudiosa francesa que “de los 189 jeroglíficos del libro, 102 al
menos, es decir, el libro I en su totalidad y una parte del II
(1-30, 118-119), corresponden a jeroglíficos egipcios de la
tradición más pura. La autenticidad de estos hieroglyphica
ha sido probada de modo evidente por los trabajos de los egiptólogos
contemporáneos” (p. 33, 40).
12
Brunon toma como ejemplo el jer. 26 del libro I que pone en relación
“una cosa abierta” con la figura de una liebre. “Ahora bien,
la palabra wn, que significa “abrir” presenta en efecto
en su grafía una liebre del desierto, con sus grandes orejas
características [...] en la palabra egipcia [que consta de tres
caracteres] la liebre no figura más que como un signo fonético
(representa el sonido w); la noción de abertura es sugerida
por el antepenúltimo carácter, que representa un batiente de
puerta y que es un ideograma que sirve de determinante. La
explicación naturalista dada por Horapolo –la liebre representa
la abertura porque “tal género de animales tiene siempre los ojos
abiertos”- parece, pues, como sobreañadida, para justificar una
grafía que se encuentra a la vez reducida (no contiene ya
más que el primer carácter, práctica por otra parte corriente en
época tardía, en la escritura ptolemaica) e interpretada como
simbólica, lo que no era en absoluto en su origen. Y es esta
explicación simbólica la que será mantenida en el
Renacimiento...” [la traducción es mía] (o.c., pp.
33-34).
13
cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., pp. 31-35. Marsilio Ficino,
máximo representante de la escuela neoplatónica florentina, decía
que “los jeroglíficos son copias de las ideas divinas en las
cosas” (cit. por J. M. GONZÁLEZ DE ZÁRATE, o.c., p. 9).
14
cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., pp. 36, 38-50. Brunon señala
claramente el carácter de la influencia de los jeroglíficos de
Horapolo sobre la emblemática, al proporcionar éstos al
Renacimiento una referencia prestigiosa –restitutio
antiquitatis- y los modelos libremente interpretados de un nuevo
lenguaje: “leur mérite majeur fut d’avoir inspiré, puis
cautionné un mode d’expression où image et verbe se conjuguent
étroitement de façon indissoluble, pour produire un Sens où ne
sauraient atteindre les mots seuls ou les images muettes, -pratique
qui est celle même de l’Emblème” (p. 47).
15
cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., pp. 30-31, 37. Mario Praz había
señalado ya la existencia de dos tendencias contrastadas en la
utilización del emblema: “Por una parte los emblemistas,
siguiendo las huellas de los jeroglíficos, se proponen establecer
una forma de expresión que puedan comprender sólo unos pocos; en
una palabra, un lenguaje esotérico. Por otra, la emblemática trata
de ser un medio que haga accesible a todos, incluso a los ignorantes
y a los niños, ciertas verdades éticas y religiosas a través del
aliciente de las imágenes. Es decir, en este sentido sigue más
bien la tradición de la Biblia pauperum que la de los
jeroglíficos, cumpliendo en el siglo XVII la misma función que los
bajorrelieves de las catedrales medievales. Puede decirse que la
primera de las tendencias mencionadas es más propia de las
empresas, y la segunda de los emblemas. Pero si esta distinción fue
percibida en Italia, fuera de ella, tal y como hemos mostrado, se
confundieron los dos tipos [...] Apenas hay prefacio de un libro de
emblemas que no nos advierta que el hombre es un ser imperfecto que
presta un oído poco atento a las lecciones de la filosofía. Se
tiene que dorar la píldora que contiene la medicina curativa... Es,
en una palabra, el utile dulci horaciano, la base teórica de toda
la literatura hasta los tiempos modernos, como los emblemistas no se
cansan de repetir. Y al mismo tiempo no hay prefacio a un libro de
emblemas que no se jacte de encontrar en los jeroglíficos el origen
del emblema, que no vea en este lenguaje simbólico el lenguaje de
Dios y de los ángeles, que no mencione su relación con la
serpiente de bronce, la zarza ardiente, la piel de Gedeón y el león
de Sansón” (o.c., p. 195).
16
cf. R. J. CLEMENTS, o.c., pp. 100-104 y M. PRAZ, o.c.,
pp. 196-222. A decir de Praz, los jesuitas “hicieron instrumentos
de propaganda religiosa de todos los entretenimientos del humanismo
pagano y de todas las delicias de un alejandrinismo revivido” pues
“era de la mayor importancia aprender el arte de inventar empresas
y emblemas ingeniosos en una época aficionada apasionadamente a los
desfiles, decoraciones, triunfos, exequias y canonizaciones
espectaculares” (o.c., pp. 198-199).
17
cf. J. A. MARAVALL, Teatro y literatura en la sociedad barroca,
“Literatura de emblemas en el contexto de la sociedad barroca”,
Seminarios y ediciones S. A., Madrid 1972, pp. 182-184
18
cf. ib., p. 185
19
cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., pp. 72-82, 168-192. Señala que
en España y en Inglaterra los emblemas en su mayoría estaban
destinados a la gente llana, con poca o ninguna cultura “Es
incluso altamente probable que los grandes poetas no compusieron
emblemas porque la idea inherente a los mismos implicaba escasa
calidad y enseñanza moralizadora y popular cifrada a menudo en
términos y arquetipos excesivamente corrientes y quizá vulgares”
(p. 190). Esta aparentemente insoluble antinomia es resuelta en el
terreno del jeroglífico por Giuseppina Ledda "Los jeroglíficos
en el contexto de la fiesta religiosa barroca" en SANTIAGO
SEBASTIÁN (coord.), Actas del I Simposio Internacional de
Emblemática, Teruel 1 y 2 de octubre de 1991, Instituto de
Estudio Turolenses, Excma. Diputación Provincial de Teruel, Teruel
1994, pp. 593-594: "Hay, por lo tanto, una evidente adecuación
a los destinatarios que influye en la composición de jeroglíficos
cultos y populares. Pero sin embargo, el eje de la selección no
funciona sólo ofreciendo al público conceptos y signos más al
alcance del ignorante o del docto, sino que también determina
distintos niveles de penetración y participación incluso en
jeroglíficos compuestos en el respeto de las leyes que acentúan su
carácter enigmático y esotérico. En general los jeroglíficos
comunican a todos, pero con distintas formas y en distinta medida.
También en esto hay un orden jerárquico, el mismo que se ha venido
resaltando en el conjunto de la fiesta barroca".
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