Habla Falchetto: “larga es esta fila de gente,
Paréceme de cierto la procesión de los brujos.
Hoy es día de brujas, y la parada del jueves. 440
A Demogorgon van, y de la cabalgata a la reina.
No tengo, empero, ninguna certeza; pregunta, Boccalo.”
“No lo haré –Boccalo responde-; hazlo tú mismo.
Tentar la suerte hartas veces a muchos les daña.
“Cuando el perro duerme, no lo sacudas del sueño””. 445
Apenas esto dijera, hete que el último pasa,
montando a espuela una jaca muy desmejorada,
es decir, sobre el lomo de grande y gorda cubeta,
y mientras pasa por entre espadas desenvainadas,
de Cíngar tocó la nariz con la punta del dedo gordo; 450
esto hecho lanza a rienda suelta la cuba.
Presto diose a la vista cosa bien admirable:
Hete que la nariz de Cíngar a hincharse comienza,
Como cuando se llena de aire vejiga de puerco.
Y ya hacia abajo tirando, hasta el mentón descendía, 455
y ya el pitorro agudo de un alambique parece,
con el que destila el especiero bocales de agua.
Estupefacto queda Cíngar, palabra no dice;
pensando que se tratase de ignoto engendro o una sombra,
y con la mano de eso queriendo guardarse, urtose 460
tal narizota, que larga ya el terreno araba.
“¡Ay de mí! –exclama-, ¿qué manguera es esta?
¿de dónde me vino de improviso nariz desmedida?
¿veis, oh compañeros?¿de dónde tanto tamaño de napia?
¿de qué parte me viene la reina de las narices? 465
¿acaso creciendo nariz al fin seré por completo?
¡ay, por amor de Dios, no dejad que ocurra, hermanos,
que tenga que acarrear el bulto de tan grande trompa!”
Baldo no puedo ser indiferente a la suerte de Cíngar:
“no temas –dice-, no llores; cortaremos aqueste 470
naso de un tajo, y volverá a su prístina forma”.
Y dice Boccalo: “no sabes, necio, nada de nada.
Yo en verdad te envidio el don de unas largas narices.
¿No podrás oler los melones estando derecho?
¿Te agacharás nunca más
para oler amarillos melones?” 475
De esta ocurrencia Cíngar
rió. “Paciencia –les dijo-,
ya me tiraréis de la
napia como si búfalo fuese.
Mas como ésta más de
treinta pies sobresale,
y se me enreda entre las
piernas cuando camino,
es mi deseo ponerla
alrededor de mi cuello,
480
y usando de mi nariz
formar una triple collera”.
Dicho y hecho; tres veces
da vueltas su naso a su cuello.
Pero ya que crecía con
flujo constante, pesaba
como un buey de Chïari,[1]
y llevarlo más no podía
Cíngar con sus propios
hombros, si no le ayudaban; 485
al punto Falchetto, con
compasión de su amigo querido,
desenreda de aquél la
nariz entera del cuello,
y carga el peso de la
narizota sobre sus hombros,
al que, haciendo turnos,
sus compañeros ayudan.
Hete que mientras venía a
lo lejos el padre Serafo, 490
Y dos muchachos en fila lleva como compañía.
Uno era mulo, de padre griego nacido,
y de calabresa madre parido: ¡pensad, mis amigos,
qué mixtura de caldo, cuál de ensalada la mezcla!
Tahúr, glotón, timador, bandido, carne de horca. 495
¿Qué falta? Era estradiote[2].
¿Algo peor yo diría?
Y como en las guerras es siempre la estradiótica usanza
Escaramuzas hacer, o bien provocar los combates,
para luego apartarse cuando se entra en batalla,
Picaestradiote o Picaguerra[3]
es denominado. 500
De esta ralea de hombres se sirve el cuidoso Serafo,
y pone en marcha con ésta empresas desconocidas,
conforme a aquello que una constelación le aconseja.
El otro un joven era, al que jamás en belleza
Narciso venciera, ni el propio José ganara en lo casto. 505
Éste no come nada de nada, mi mea, ni caga,
Sino que de amor se alimenta correspondido.
Bello, ama a bello, y es por un bello amante
amado, y jamás de los celos los dientes lo descuartizan,
pues por conjunción de los astros de ser amado seguro. 510
Esta divina índole place también a Serafo,
y egregias empresas emprende, según el momento requiere.
Era llamado Rubino, Ubaldo de sobrenombre.
Entonces Serafo sacó un libro guardado en el pecho,
y mientras lee, tres grandes ciervos presto acuden. 515
Bridas llevan como caballos y sillas al lomo.
Serafo ordena éstos montar y soltarles las riendas;
al tiempo espoleando con los talones y mudos,
concentrados trotan por entre silencios opacos,
vuelan de hecho, porque tres diablos los llevan. 520
A ciegas van, a donde los llevan los ciervos aquellos,
y en un cerrar de ojos a espaldas de Baldo estuvieron.
“¡Parad! –entonces dijo Serrafo-, ¡parad a los ciervos!
Hete que el yelmo de Baldo me ilumina las grutas.”
Entonces desmontan, y mándase marchar a los ciervos. 525
Luego piedras mágicas con abubillas grabadas
ponen todos en boca, y nadie verse se deja,
sino que invisible camina, y sombra no muestra.
Juntos, pues, se encaminan; otros ver les es dado,
Pero no ser vistos como marca natura. 530
Entre la gente de Baldo gentilmente se meten,
donde mudos, tácitos, quedos y a todos ocultos
empiezan a manos mover, y a bromas hacer con los puños.
“¡Ea! –gritan todos-, ¿qué está pasando con esto?”
Serrafo riendo tira de una oreja a Boccalo; 535
“¡Oh!-dice-, ¡ah! Quien tan indiscreto será que arrancarme
de la cabeza orejas… mientras decir “quiera tanto”
pretende, hete que en una nalga del culo le pican.
“¡Ah, carajo!¿vivir en paz no puedo?¡mil males,
Baldo, te vengan!; ¿a dónde en buen hora me has conducido?” 540
Picaestradiote luego una zancadilla le pone
l compañero Lirono, y en ésta tropieza y al tiempo
Cae a tierra, y cayendo se rompe una rodilla.
Hippol dice: “De nada sirve llevar una antorcha,
cuando hay algo que nos arrebata de ver la potencia. 545
Hete, Baldo, que cúbrenme de sonoras puñadas,
Y verlas en nada puedo; siento sólo los golpes.
Quizás, empero, te parecerá que estoy majareta”.
Dice así, y, rabioso, mientras Rubino le pega,
va, y empieza a tirar al viento sus puños cerrados, 550
y con los dientes y pies a pegar en las densas tinieblas.
Fracasso, picado por dondequiera, da patadas sin cuento,
y un campesino parece que en tiempo de estío descalzo
no puede librar sus piernas de unas moscas caninas,
o de los mosquitos defender su dura epidermis. 555
Serrafo de pronto a Fracasso del hombro quitole de Cíngar
la napia, y de acá para allá lo llevaba como a un ciego.
Éste grita: “¡Búfalo soy que tiran del naso,
y a dónde y quién me conduzca ignoro completamente!
¡Oh, gran maravilla sin duda los locos que en esto se meten!” 560
Quiere a éste Moschino ayudarlo, pero recibe
un pinchazo en el costado, y, retrocediendo,
se apresta a vengarse, y lanza una descomunal bofetada,
que tres dientes sacara de boca de las tinieblas;
mas rígida piedra golpea, y una señal se le queda 565
conforme a la cosa batida, y justo premio recibe;
de hecho se sopla los dedos, como aquél acostumbra
que se abalanza a comer la polenta harto caliente.
Giuberto se vuelve de acá para allá en muchos momentos,
Mientras a puñetazos lo zurcen de ambos los lados. 570
y Filoforno trato tuvo parejo, y porrazos
mientras recibe extraños, a todas partes se vuelve.
Al fin, después de que ambas partes se solazaron,
Serrafo manda a todos que de sus bocas las piedras
saquen, y bien visibles quedaron a todos sus rostros. 575
¡Piensa si ríen y con corazón alegre disfrutan!
Reconociendo a Serrafo, honor, inclinado, le rinde
Baldo, y abraza a Picaguerra y al joven Rubino.
Luego suplica que otorgue (si algún poder en los libros
mágicos hay contra tamaño ardid de las brujas), 580
quitar tan desproporcionada nariz de la cara de Cíngar.
Así responde Serrafo: “Si bien considero la cosa,
Cíngar yerra, y al propio bien no está atendiendo,
Si desprenderse pretende de napia tan bien dotada.
Si qué hacer no tuviera claro en su caletre, 585
a su nariz haga tres, o cuatro, u ocho lazadas”.
Cíngar replica: “Padre Serrafo, me importa un pimiento
ser corto de mente o tener el cerebro de los mosquitos,
con tal que me quiten la carga de una nariz tan enorme.
¿Qué rinoceronte más narigudo que mi narizota? 590
Eh, por amor de Dios, a este pacto lleguemos:
Con vosotros llevad mi nariz y todo el cerebro,
sólo dejadme los dientes que tengo aún en la boca,
para poder comer; si no recuerdo, ¿qué importa?”
Entonces Serrafo, teniendo llena de no sé qué cosas 595
talega, extrae de ésta, como un cirujano
una ampolla de ungüento lleno de vis milagrosa.
Se moja ambas manos con éste, y luego refriega
el narizón levemente, y aprieta tirando hacia abajo,
Como apretar acostumbran aquéllos que vacas ordeñan. 600
Lentamente cae, al modo de vela candente,
que al cabo llega y a parvo moco se ve reducida.
Mientras despacio vuelve a su ser primitivo la napia,
Cíngar alerta presto de uñas del mago Serrafo
se zafa, cuando ve la cola por fin desbastada. 605
Después de tocarle narices no hubo nunca manera,
teniendo así pavor de meter su nariz en peligros,
de los que salió por la sola merced del mago Serrafo,
a quien gracias dio galana y doctamente.
Después de decirse adiós, se divide la compañía; 610
Baldo va hacia abajo; Serrafo torna a lo alto.
