Viniera,
entretanto, Tognazzo por orden del soberano
en el lugar
de Cipada como una zorra pelada,
que, después
de hacerles la pascua a las pobres gallinas,
la triste se
va cuanto puede escondida entre las sombras, 70
y,
agazapada, friega con su barriga la tierra.
Coge a
Zambello, y a la ciudad lo lleva consigo,
dándole
ánimos para que esté ya contento sobre ése,
al que desea
que abra en canal, y le coma los hígados.
Luego lo
instruye en la ruta, cual preceptor elegante, 75
de qué
reverencias debe hacer, de decir qué palabras,
cuando se
exprese delante de las señorías sapientes:
tenga
limpias las sus narices, y en modo ninguno
tenga de su
cabeza rascarse piojos la idea.
Zambello
nunca viera las estrepitosas ciudades, 80
aunque
Mantua ciudad lejana no está de Cipada.
Por eso,
parécele estar contemplando el mundo completo,
cuando ve de
lejos tantos montones de casas.
Hasta la
puerta vienen juntos que es de san Jorge1,
cinco
puentes es preciso pasar levadizos. 85
Zambello
pasa adelante no sin mucha fatiga,
pues viendo
a lo lejos tantas chimeneas humo echando,
y oyendo al
unísono desde los campanarios enhiestos
sonar las
campanas todas, mientras las nubes atruenan
(pues
atronaban, por el siroco que el cielo macula), 90
tira para
atrás, dudando si el mundo abajo
entonces se
viene, por el estruendo en redor resonante.
Pero
Tognazzo lo arrastra igual que si fuera un ternero,
cuando no le
apetece entrar en la carnicería.
Ya llega a
la plaza, y con un pedazo tropieza de leño, 95
pegase un
resbalón, y da con el culo en el suelo.
El populacho
se para a mirarlo como a majara.
"¿Por
qué -pregunta Tognazzo-, por qué demoras el paso?
Como parece,
bailar me toca con la más fea2."
Nada habla
Zambello, de su mollera los pensamientos 100
teniendo tan
embrollados cual líneas de náuticas cartas.
Alzándose a
la postre, andaba con pasos inciertos,
y por la
ciudad caminaba cual si estuviese atronado.
Le asombra
que haya tantas casas juntas reunidas,
tantas
calles, tantas puertas, tantas ventanas, 105
tantos
perros, hombres, mulas, y tantos caballos;
y mientras
mira arriba, ya choca, ya se tropieza,
choca con la
gente que pasa, tropieza en las piedras,
y con
frecuencia se para a mirar un caballo que corre,
y los perros
corriendo tras él por morderle la cola. 110
Habla
Tognazzo: "¿por qué, Zambello, así te sorprendes?
¿nunca has
visto hasta ahora tales y tantas cosicas?"
Éste, tal
que si estuviera en mitad del campo en su propia
brega de
azada, respóndele con acento gallardo:
"¡Mi
puta madre3!,¡qué
extraordinaria resulta esta obra! 115
¡Venga,
Tognazzo!, te ruego, déjame ver un poquito.
Tan bellas
chozas, tan bellas barracas lo que es yo mismo
nunca vi,
desde que me cagó de mi madre la panza.
¡Oh, cuánto
heno, y cuántos rastrojos en estos heniles
puede
guardarse para cebar las vacas de engorde! 120
¿Por qué,
Tognazzo, no hasme traído aquí mucho antes?"
Mientras
chilla tal cosa, hete que hermosas señoras,
bellas no
por su propio esplendor, sino por maquillaje,
divisa
cuando están mirando por sus ventanas.
Éstas
presto, oyendo la voz del vociferante Zambello, 125
dejáronse
ver, como es costumbre de las mujeres,
de sus
cabezas sacar afuera como tortugas,
y de
asomarse a las ventanas al mínimo ruido.
Zambello se
para a mirarlas, y de continuo un dedo
tiende hacia
arriba, al tiempo también rompe a gritos: "¡oh, oh, oh! 130
¡por mis
cojones! ¿ves, Tognazzo, a las hembras aquellas?"
A quien
Tognazzo en aparte: "¿qué carajo te pasa?,
¿qué estás
gritando, merluzo?", así diciendo muy presto
una puñada
le da en costillas y bajo el costado.
Pero aquél
grita más, y levanta más el dedo: "¡ay, oh, oh!", 135
-responde-,
¿ves, Tognazzo, estas reinas hermosas?
¿cómo es
que brillan tanto? Me cago en diez que te digo.
Si miro a
nuestras mujeres, sólo veo adefesios".
Desesperado
entonces, el viejo presto lo lleva
a otra
calle, y así le habla por lo bajini: 140
"Cierra
esa bocaza, o te daré garrotazos.
¿Acaso te
crees que estás, bobitonto, en medio del bosque?"
Esto
diciendo, condúcelo al airoso palacio.
Finalmente,
ante el Podestà se presenta Zambello;
nada más
verlo de lejos, empieza a reír el gentío, 145
pues estaba
atronado, y en su mente abombado,
quemado del
sol, y negro, harapiento y todo pringoso,
mostraba
haber mil años dormido encima del heno;
su
pelambrera de tiesos cabellos igual que un hisopo
se eriza de
aristas de heno y de briznas de los pajares. 150
Peine nunca
la toca, sino almohaza de bueyes:
siempre con
tiña, y largas entre sus pelos las uñas,
porque a
aquél lo atormentaban piojos eslavos4.
Una zamarra
lleva de grueso sayal desgastado,
que dudas si
del revés está, o bien del derecho, 155
y lleva de
cañamazo una corta y estrecha camisa,
que sin
jabón dos veces sólo al año remoja.
1Ad
portam Sancti veniunt insemma Giorgi. Véase II 82.
2Ut
video, ad Modenam ursum menare bisognat. Este llevar un oso a
Módena es un proverbio que alude a una obligada empresa difícil, y
sin recompensa. Señala Chiesa su origen en la obligación feudal
existente en algunas zonas de Garfagnana de presentar cada año a
los duques de Este un oso vivo.
3Potta
meae matris, quam granda est ista facenda! El primer hemistiquio es
señalado en glosa de la red. T como Blasphemia solita, sed tamen
non vocanda blasphemia, siendo un exabrupto típicamente campesino.
He preferido no optar por una traducción literal (coño de mi
madre), para usar idiotismos hispánicos parangonables, como para el
angonaia "inflamación de las ingles" y el cancar
"cáncer" usados como exclamaciones rurales en los vv.
131 y 132.
4Namque
molestatur schiavonibus ille pedocchis. Recuerda Chiesa en su
edición la glosa de la red. Paganini (lib. IV, 312) a este verso:
Pedogius sgiavonus est maior aliis, y señala que los
inmigrantes eslavos en Venecia desarrollaban las labores más
penosas.