Pero
entretanto la esposa de Baldo, que Berta se llama,
sin su
marido, sin bienes, y pobremente vestida,
es echada a
la fuerza -¡qué pena!- de casa de Berto,
pues, según
de los senadores el veredicto,
"teniendo
Zambello la propiedad, propietario se llama". 260
Mas Cíngar
no abandona a aquella desventurada,
quien mala
penuría tendría, o incluso el peligro sería
de que en un
taburete, por ganarse la vida,
Berta
sentada, tuviera la tienda siempre abierta,
si Cíngar
no la ayudara con sus consejos y obras. 265
Aquella
viudita amamanta dos hijitos gemelos,
e hila en la
casa paterna, y así se gana la vida.
Montando en
cólera, empero, por su pena excesiva,
tira al
suelo el huso, y aparta a un lado la rueca,
agarra una
barra gordota, y corre al lar de Zambello, 270
al que jura
dar bastonazos tan numerosos,
cuantos
emplean para trillar la paja los rústicos.
¡Ay de ti,
Zambello, si te encuentra en tu casa!
¡ay de tus
hombros y espalda!: la cólera de la diabla
tráete,
furibunda, la calamidad más terrible. 275
¡Oh, qué
buena suerte, que lejos estabas entonces!
Pero tu
Lena, no obstante, tu esposa, digo, donosa,
que de tener
se alegraba un mastuerzo como marido,
cuando ve a
Berta viniendo hecha una fiera,
y villanías
sin dejar de echar de su boca, 280
que quiere,
tiene el propósito de zurrarle a la silla,
después que
ocasión no dase de apalear el caballo,
ella también
a un lado aparta prudente la rueca.
Lena, digo,
viendo a la otra echándose encima,
presta se
quita de su costado izquierdo la rueca, 285
que había
justo cargado de un grande rollo de estopa,
y mientras
piensa en ponerlo rápidamente debajo,
y en agarrar
al tiempo el rodillo de los hojaldres,
Berta, en
llegando, comienza a darle gusto a la tranca;
Lena,
carente de armas, corre veloz hacia el fuego, 290
do pone la
rueca y el lino; el fuego al punto la seca
materia
prendiendo, estalla en una feroz llamarada,
cual presto
hace fuego la culebrina que ataca murallas.
Berta,
viendo crecer contra sí una hoguera tamaña,
vuelve la
espalda, se va, se escapa, vuela cual pájaro, 295
pues
combatir contra el fuego es una enorme locura.
La otra, mil
antiguas ofensas rememorando,
no menos la
acosa, tal que el gavilán hace con la becada,
que huye de
aquél, igual que la alondra de azor que la sigue.
Lena se
afana en poner la lana ardiente en sus trenzas, 300
Berta grita:
"¡Mi hermana querida, y dulce cuñada,
perdóname,
desdichada de mí, perdona a tu hermana!"
Lena gritar
la deja, quien, sorda a toda plegaria,
siempre más
muestra tener orejas de comerciante.
Su diestra
la rueca chisporroteante de hebras ardiendo 305
alta
sostiene, y la zurda, corriendo, se afana en a aquélla
cogerla,
bien por sus sueltos cabellos, caída la cofia,
o por las
enaguas alzadas por obra del viento agitado.
Berta aún
más se apresura, y ya algunas pavesas
siéntese
crepitar por sobre su nuca desnuda, 310
por eso se
gira y sopla por apagar esa estopa,
pero
estornudó su nariz rozada del fuego en su punta.
Corre
entonces el doble en zigzag y en línea recta,
no de otro
modo corriendo que gata poco doméstica,
a cuya cola
le atan una tripa de cerdo, 315
en la que
hay o tres o cinco semillas de haba.
Aquélla
huye y oye las habas sonando a su espalda,
por lo que
corre más, siempre la persigue aquella
tripa, y
piensa que un hombre la viene detrás persiguiendo.
Finalmente,
llegando Berta a cierta vivienda, 320
grita
auxilio, y quiere saltar un alto cercado
tejido con
vencejos de sauce, y lleno de zarzas.
Y como un
salto dio por saltar de la cerca la altura,
enganchose
con su falda en aquellos espinos;
atrapada
quedó con los pies mirando hacia el cielo, 325
oscurecer
logró el sol descubriendo su libro,
y contra lo
natural superó la luna al marido.
No parose
Lena, quien la rueca caliente
en el
eclipse hundió, que ya el mundo oscureciera.
Cuando la
buena mujer sintió sus bajos ardiendo, 330
por el dolor
vencida, sobre la sopa humeante
sopla, y con
su otra boca a la vez un pedo se tira,
que fue
capaz de la rueca apagar con su fuerza ventosa.
Hecho lo
cual, facilmente se libra de aquella maraña,
se asienta
sobre sus pies, y, animosa ya el fuego apagado, 335
inclínase,
y agarra Berta medio ladrillo,
y con enorme
empeño a su cuñada lo lanza.
Lena, no
obstante, con su agilidad esquiva la piedra,
coge la
misma, y la tira al sitio de donde viniera.
Entre las
dos, así pues, se alzaba la cerca de espinos, 340
que Berta,
saltando a pies juntillas, pasó por encima;
entonces,
cogiéndose por las trenzas, con uñas entrambas
se zurran,
se muerden, se arañan, y sin tijeras se pelan.
He visto a
veces gallinas, o bien incubando sus huevos,
o por
doquier llevando sus batallones de pollos, 345
dar comienzo
a una liza de garras y picos cruenta.
Como aparece
con sus pechos doquier desplumados,
mientras se
picotean y hieren con uñas filosas,
del mismo
modo Lena y Berta casi se matan.