El
libro VIII se abre con un nuevo exordio (altius,
o Musae, nos tollere uela bisognat
[mar adentro, o Musas, izar velas senos preciso]), que marca el
comienzo de la segunda parte del poema. Tras cruentos combates, en
los que sucumbe Zambello a manos de su hermanastro, escapan de Mantua
Baldo, Cíngar y Leonardo (VIII). Los tres amigos deciden buscar
aventuras en el mar. Cíngar convence al patrón de una nave genovesa
destinada a ganado para que les haga sitio. Al llegar los ovejeros de
Tesina insultan al patrón por haber aceptado pasaje; Baldo
desenvaina su espada nam
sibi displicuit uillanos esse superbos,
pero Cíngar le contiene prometiéndole venganza. Éste, entonces, le
compra a uno de los pastores, con moneda falsa, un cordero, y, acto
seguido, lo coge por las orejas y lo tira al mar; inmediatamente,
todas las ovejas hacen lo mismo, según su costumbre de seguir al que
va primero. Los pastores arremeten contra los amigos, mas son
machacados. Entretanto, Eolo desencadena sus vientos, provocando una
tempestad en la que todos están a punto de sucumbir hasta una
providencial intervención de Neptuno, que dispersa los vientos (IX).
Cíngar distrae a sus compañeros con un prolijo discurso astronómico
(X), pero se ve interrumpido por el asalto de una galera pirata al
mando del sangriento Lirono; los tres jóvenes saltan a la nave
pirata, mientras que Lirono y parte de los suyos hacen lo propio a la
nave mercante. Lirono se hace con el control de ésta y se aleja de
la escena, creyendo que le sigue su galera, pero ésta ha sido
limpiada de piratas por Baldo y sus amigos, quienes no tienen modo de
seguir a Lirono por haber dado muerte a todos los galeotes. En la
bodega de la nave encuentran atado a Mosquino, hecho prisionero por
los piratas tras haberse dispersado y hundido en una tempestad la
escuadra de turcos que traía a Italia con Fracasso y Falquetto.
Mosquino, experto marinero, aprovecha la fuerza del viento y pone en
marcha la nave. Al cabo de un mes dan con el naúfrago Falquetto, y
divisan una isla en la que desembarcan (XI). Allí Falquetto, en
busca de comida, es drogado y encerrado en una cueva por la maga
Muselina. En busca del desaparecido, Cíngar se encuentra con un
eremita adivino (in marg.: Hic
senex est pater Baldi, nomine Guido, quem supra commemorauit)
que le revela el paradero de Falquetto. Cíngar vapulea a la maga,
pero acude en su ayuda un hombre monstruoso, Marloco (Marlochus),
quien deja sin sentido a Cíngar con su aliento venenoso, y lo lleva
a orillas del mar para ahogarlo, pero un centauro de nombre Vinmazzo
acude en su ayuda y mata a Marloco. Baldo halla luego el cadáver de
Leonardo, que ha preferido morir antes de ceder a la salacidad de
Muselina. Loco de dolor, Baldo se dispone a quitarse la vida, pero lo
impide la oportuna intervención de Cíngar (XII). Vinmazzo captura a
Muselina arrebatándole el libro de nigromancia en que radican sus
poderes, y la entrega a Cíngar, que la azota con saña; luego, el
centauro libera de su prisión a Falquetto, a los nobles Rubino y
Filoteo, y al bufón Boccalo. Al grupo se incorpora Hircano, que ha
salvado a Mosquino del monstruo Marlizzo. A continuación, Cíngar
lleva a Baldo a la presencia del eremita adivino que le ayudó
anteriormente; éste le descubre a Baldo que es su padre, Guido, y la
nobleza de su estirpe; muere de continuo advirtiéndole que la isla
se mantiene sobre el lomo de una ballena por encantamiento de
Muselina (XIII). Baldo promete ante el cadáver de su padre cumplir
su heroico destino, y dispone su entierro. Vinmazzo halla el sepulcro
de Merlín, del que sale un negro diablo que le arrebata el libro
mágico de Muselina, con el que convoca a otros diablos, que se
llevan viva a Muselina al Infierno. Roto el hechizo de ésta, la isla
comienza a moverse. Los amigos divisan entonces en una improvisada
nave al gigante Fracasso, quien salta a la isla, y consigue detener a
la ballena e impedir que se sumerga agarrándola por la cola (XIV).
Aparece, deseoso de venganza el pirata Lirono, quien desembarca en la
inestable isla; se inicia una cruenta batalla en la que el ardido
pirata se bate a caballo contra los infantes Baldo y Rubino. Fracasso
da mientras el golpe de gracia a la ballena, que se hunde
irremisiblemente con la isla; los compañeros de Baldo se ponen a
salvo sobre una galera pirata, y Baldo y Rubino saltan sobre el
caballo de Lirono. Por diversos caminos llegan a tierra firme. En su
camino llegan al pie de una montaña, donde hallan una cueva en la
que deciden penetrar dejando fuera sus caballos. Tras un día de
marcha oyen un enorme estruendo y llegan a la puerta de la oficina de
Vulcano, ahora propiedad de Mafelino por galardón del diablo. La
descortés y soberbia acogida de Mafelino le cuesta la vida a éste y
a sus herreros (XV). Un dragón ataca acto seguido a los héroes, en
cuya persecución se ven atacados por una multitud de toda clase de
fieras; el dragón, acosado, se convierte en una hermosa doncella
portadora de un libro mágico, que intenta enternecer con sus ruegos
a los guerreros; en ese momento se presenta un venerable anciano
barbado que les advierte de la peligrosidad de tal bruja, cuyo libro
le es arrebatado. Aparece entonces una turba de diablos que se la
llevan al Infierno, mientras confiesa haber difamado y puesto en
peligro al joven Folengo por no ceder a la impudicia (decepique
mea iuuenem cum fraude Folengum, / quem, quia non potui foedare
libidinis actu, / disfamare tuli, posuique in grande periclum).
El viejo, que resulta ser el propio poeta Merlín Cocayo (Nomine
Cocaius dicor, de sanguine Mantos, / Est mihi cognomen Merlinus
macaronensis [in
marg.: iste senior
est noster praeclarus poeta Cocaius Merlinus, qui non auditu, sed
palpatu Baldum decantauit]),
les conduce de nuevo a la oficina de Vulcano, y les dice que Dios los
ha elegido para que recorran el Infierno, y le cuenten a él sus
aventuras. En una indisimulada eflorescencia de fray Teófilo1,
Cocayo señala que debe confesarlos antes de que emprendan tal
empresa. El que se ve en mayores apuros es Cíngar, quien, entre
grandes sudores, emplea dos días para enumerar sus pecados (XVI).
Después de una comida, Cocayo los introduce en una cueva donde se
hallan las armas de héroes bíblicos, clásicos y cristianos. Baldo
toma la armadura y las armas del primogénito de Príamo quoniam
minor Hectore non est,
y sus compañeros toman las de diversos paladines. En su descenso por
la cueva, topan con un río, que resulta ser el manantial del Nilo;
sobre un delfín hallan al viejo Nardo, vasallo de la reina Culfora,
señora de las aguas subterráneas; éste les ordena retroceder, pero
paga con la vida su atrevimiento. Usando al gigante Fracasso como
nave, los aventureros se internan en la corriente. Al final de la
caverna se hallan en un campiña donde divisan el palacio de Culfora;
miran a lo alto y descubren que se hallan bajo el fondo del mar, que
hace las veces de cielo. No tardan mucho en enfrentarse a Culfora y
sus huestes; ésta muere a manos de Baldo en un final que copia el de
la Eneida
(XVII).
Como observa Zaggia, el joven Folengo supera también,
desde el punto de vista técnico, a sus predecesores, rechazando su
falta de rigor formal. El crítico cisalpino calibra, asimismo, a la
perfección el carácter de esta primera redacción:
Con una visión retrospectiva se puede mirar la
primera redacción de las Macarroneas folenguianas como la obra sin
limar de un joven escritor (que en la época tenía veinticinco
años). Comparada con las sucesivas redacciones, la Paganini se
muestra a menudo descarnada en la narración de los episodios, brusca
en los puntos de transición, sumaria en la caracterización de los
personajes, pesada en la expresión. Pero, al mismo tiempo, es segura
la individuación de la propia vocación (sum
macaronus ego, sic macaronus ero, dirá
el autor mucho más tarde); y el esquema general del poema está
firmemente planteado: en las sucesivas redacciones, las
amplificaciones y los añadidos (sobre todo en la segunda parte [del
Baldus])
serán extensos y significativos, y numerosos los cambios de orden,
pero la materia permanece sustancialmente la ya enucleada en la
Paganini. Aplacada con la primera redacción el arrebato narrativo,
el autor desarrollará luego un arte más dúctil y madura,
empeñándose sobre todo en la aplicación formal: el macarrónico le
crecerá entre las manos, volviéndose un instrumento expresivo
multiforme, ya no reducido al ámbito de la parodia, sino modulable
sobre una imprevista amplitud de temas y de registros; y los
resultados formales alcanzarán niveles de perfección técnica que
no cesan de suscitar admiración2.
El
éxito de la editio
princeps promovió
dos nuevas ediciones, las dos de 1520, llamadas convencionalmente P2
y P3
por Massimo Zaggia, una aparecida en Venecia de mano de Cesare
Arrivabene y otra en Milán. Ambas, extremadamente raras, resultan
descriptae
de la princeps3.
Modernamente, Zaggia ha editado en su tomo de Macaronee
minori las dos
églogas macarrónicas4,
colacionando para su edición crítica siete ejemplares de P1,
dos de P2
y el único conocido de P3.
Dentro de las actas del congreso folenguiano de 1991, Zaggia ofreció,
asimismo, un adelanto de la edición crítica que preparaba de Baldus
P: tras una
exposición de sus criterios de edición, se reproducía la edición
crítica de los cuatro primeros libros; como cierre se presentaba un
elenco de los diez ejemplares colacionados de P1,
y de las variantes registradas, así como una sinopsis esquemática
de las correspondencias argumentales con las tres restantes
redacciones5.
Imágenes: Ilustración del ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Barcelona, y explicit de la edición facsímil ya citada.
1
La crítica ha señalado la presencia prominente del autor en su
obra, hecho que no hará más que crecer en las sucesivas
redacciones. Paoli afirmaba que Folengo quería hacer del Baldus
una obra completa en la que exponer la suma de sus conocimientos, de
sus experiencias humanas y de sus ideas hasta convertirlo en una
"embrolladísima enciclopedia", sin dejar olvidar al
lector que la ficción tiene un autor (cf. ID. Il latino...,
pp. 125-130. Sobre la vasta cultura astrológica y alquímica de
Folengo cf. A. OLIVIERI, "Tempo-stagione e astrologia: Merlin
Cocai e la cultura del '500", Studi veneziani, XII,
1986, pp. 245-259 y R. SIGNORINI, "L'arca del Gonzaga e il
cosmo alchemico di Manto", Atti convegno 1991, pp.
59-83). Giovanni Parenti observa también que la personalidad del
poeta es prominente en la obra, y que el papel, más que de
narrador, de testigo escogido y privilegiado, que Merlín desarrolla
en el Baldus, justifica su asidua presencia en el poema,
hecho que sólo tiene precedente en la figura del Dante peregrino y
profeta (cf. ID. o.c., pp. 165-171). Para Cesare Segre la
centralidad del autor es centralidad de la poesía. Sólo esta
centralidad puede permitir a Folengo renunciar de un lado a
cualquier tentativa de hacer reales, o al menos, verosímiles a sus
personajes, y por otro lado, le puede permitir vaciar y desmitificar
su propia obra (cf. ID. o.c., p. 28).
2
Cf. M. ZAGGIA, "Breve percorso...", pp. 88-89.
3
Cf. ed. Zaggia, pp. 558-559. Se ofrece una descripción de la
princeps, bibliografía y localización de ejemplares de las
tres ediciones en bibliotecas italianas y de otros países. La alta
corrección de P1 lleva a pensar a Zaggia que el editor
uso como antígrafo el autógrafo de Folengo. Hemos tenido
oportunidad de consultar un ejemplar de P2 conservado en
la Biblioteca de la Universidad de Barcelona. El ejemplar en
cuestión ha perdido las primeras hojas (comienza en la p. III v. a
la altura de las laudes en que Acuario y sus colegas leen los
epigramas de las tumbas) y la última.
4
Cf. ed. Zaggia, pp. 11-34. Cada verso, o grupo de versos, está
traducido a pie de página y casi siempre comentado. El comentario,
admirable por su erudición, es fundamentalmente lingüístico,
aunque también puede tener carácter métrico, literario o variado.
5
Cf. M. ZAGGIA, "Saggio di un'edizione critica della redazione
Paganini delle Macaronee folenghiane", Atti Convegno 1991,
pp. 407-457.
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