Partió el centauro, de Moschino en la compañía, 45
en busca del sepulcro de mármol que viera hace poco,
donde puestos reposarán los restos de entrambos,
hasta que el tarará1 resuene del Juicio en el día.
Giuberto y Cíngar juntos iban, antorchas portando,
a recoger a Leonardo, y junto a Guidón colocarlo. 50
Baldo atrás permanece solo, y los huesos del padre
acomoda en el féretro, violas y lirios esparce
por sobre su cuerpo, por los pies y por la cabeza.
Ciñe merecidamente sus sienes de láurea corona;
y en la su mano florece mérita hoja de palma, 55
mérita del vencedor de tantas guerras y lizas.
Túmulo el centauro blanco más que la leche
había encontrado, así labrado en profunda caverna.
Entre las otras montañas, que la turba negra
de negros satanes, que invocó de Pandraga la magia, 60
trajo allí, está Metrapas, que toca la luna,
y lleva siempre en su cabeza un tocado de nubes.
Cavose a los pies de aquella montaña una tumba oscurísima,
en cuyo umbral lucía colgada una inmensa
losa de sepultura con el siguiente epigrama: 65
"Molcael y Bariel, uno mago, el otro astrólogo,
ambos confïaron sus miembros a este sepulcro".
Leído esto, dijo el centauro: "¡Suerte tenemos!
¡Qué desperdicio este, si nada la tumba contiene!
Molcael, seguidor zoroastriano, en tiempo de Nino2 70
floreció; ¿y en espacio tan largo de tiempo sus huesos
no se habrán podrido y al fin convertidos en polvo?
Quiero asegurarme". Dijo, y con fuerza hacia arriba
de las anillas tiró del sepulcro por ver lo de dentro.
Hete que acude Moschino por orden de Baldo y a éste 75
ofrécele ayuda, hasta que quitan la losa de mármol.
Apenas caída, hete que un negro diablo se sale,
y monta sobre las grupas equinas del hombre caballo.
Éste golpéalo sin parar con crecidas puñadas,
y no le deja tomar aliento, el desconsiderado. 80
A éste lo agarra Moschino por los cuernos recurvos,
pero, agitando la testa, se esfuma ligero en la sombra.
Luego regresa volando y flagela al centauro en el lomo,
y mándale (si en paz quiere verse) entregarle ese libro,
el libro que poco antes quitara a la fuerza a la dueña. 85
Este centauro, luchar rehusando contra diablos,
tira al suelo el libro, y paz solicita al maligno.
Presto el demonio, sin nadie que se lo impida, lo toma,
y se regocija, como si fuera el colmo del gozo
tener tal libraco, por el que a menudo fuera domado, 90
y recibiera antaño los bastonazos que escuecen.
Quedan suspensos los dos, y sentados, con fuerte coraje,
deciden averiguar del todo el fin de la historia.
Se lanza el diablo sobre una roca en sus alas ligeras,
cuya forma es aquélla de un murciélago propia. 95
Cuatro mayúsculos cuernos se alzan en su cabeza;
dos las orejas le cubren como le pasa al carnero,
dos se yerguen puntiagudos como en el toro.
Morro tiene de perro moloso, de cuya boca
colmillos horribles de ver sobresalen por toda parte. 100
No tiene el grifo nariz, ni la harpía cuenta con pico
tan duro, tan resistente y capaz de horardar las corazas.
La barba de macho cabrío de sangre pútrida el pecho
le emplasta, y hiede con gran pestilencia producto de babas.
Agita doquier orejas más largas que las de un asno, 105
y en las oculares cuencas dos encendidos revuelve
ojos, que en fiero mirar las estrellas entenebrecen.
Delante, las partes pudendas son de serpiente una testa;
detrás, las partes pudendas mueven cola tremenda.
Son pies de pollo los que sostienen sus piernas escuetas, 110
y su esmirriado culo exhala un olor sulfuroso.
Entonces Virmazzo, el centauro, le habla al oído a Moschino,
y ruégale que vaya a dar noticia a los otros.
Se marcha Moschino, a Baldo encuentra, y todo le cuenta.
Cíngar entonces llegaba de trasladar a Leonardo; 115
junto con Cíngar acude Giuberto; a Falchetto dan voces.
Juntos en marcha se ponen, y ver desean diablos,
por si tan feo sea, como la gente lo pinta.
Ya con un mínimo ruido habían entrado en la cueva,
en cuya boca encuentran la tumba carente de losa. 120
Está el centauro allí oculto, en un rincón escondido.
Levántase y de puntillas viniendo a su encuentro,
habla en voz muy baja a éstos: "¡Mirad, compañeros!,
mirad a vuestra izquierda, allí el negro diablo".
Tal diciendo, lo muestra con el dedo extendido; 125
éste, por más que astuto y sutil espíritu siendo,
no imagina, empero, que Baldo lo está observando.
Hace, pues, una danza, mira, y entero repasa
el libro mágico de la Pandraga, y viéndolo apenas
puede creer que sea aquel el libro tremendo, 130
por el que el rey Lucífero y gente infernal es domada.
Así, cual si loco estuviera, brincos da de alegría,
hace varios pasos de baile, y una morisca3.
Los compañeros no aguantan la risa, y cierran sus bocas
con las manos, por tragarse las carcajadas, 135
y Baldo se las veía para mandarles silencio.
Quien mucho no se divierte es Boccalo, y como una lapa
se pega a Baldo, y apenas respirar le es posible,
pues tiembla de miedo, y tiene apretado el boquete trasero.
Tras largas fiestas, hete que llega otro diablo, 140
y con voz de corneja ahíta de carne de horca,
así roncamente grazna: "¿Qué haces aquí, Rubicano4?
¿qué entre manos te traes?, ¿esperas algo apañarte?"
Respóndele: "Así es cierto; ¡ven, Libicocco hermoso!
Nos llevaremos hoy con nosotros abajo un alma, 145
como nunca nuestra Caína5 hubiera acogido.
Atento, ¿lo ves? Este es el libro para nigromantes,
que a ti, que a mi nos daba otrora tantas fatigas;
¿acaso nada sabes?, te ruego, escucha un poquito.
Cinco eran los caballeros, que Tabla redonda 150
"andantes" llama, quienes llegaron por estos parajes,
y consiguieron vencer los engaños de nuestra Pandraga.
Ésta ahora está apañada: tres mil latigazos,
o zurriagazos como adelanto desnuda ganose,
por lo que la desdichada preferiría la hoguera, 155
que ser así lacerada, que roto tener todo el cuerpo.
Mira el libro que ha perdido, y por esta desgracia
se cree del todo arruinada, porque será nuestra presa".
Habló Libicocco: "¡Eh! Rubicano, destroza el cuaderno,
venga, hazlo, para evitar que otro mago lo encuentre, 160
y males peores aún nos vengan que los de antes.
"No de momento -así Rubicano- será destruïdo:
antes nosotros debemos hacer una cosa graciosa.
Quiero de cierto invocar del Infierno a todo diablo,
o, si no a todos, al menos a los treinta mejores. 165
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1Taratanta, véase I 235
2Véase I 114.
3Véase XIV 293.
4Rubicane. Señalan Faccioli y Chiesa que la mayor parte de nombres de diablos en Folengo son de origen dantesco.
5Caina. Nombre de la primera de las cuatro partes en que está dividido el noveno círculo del infierno de Dante.
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