El latín
manejado por los escritores macarrónicos depende básicamente de su
competencia lingüística: así, para Paoli el “mísero” latín
de los prefolenguianos “crecido sobre los bancos de la escuela y
esclavo, a pesar de su extravagancia, del ciceronianismo y del
virgilianismo enojosamente imperante en el más tardío Humanismo”
se contrapone al de Folengo “gran creador de palabras latinas
nuevas, el más atrevido continuador de la técnica de Plauto y de
Apuleyo”1.
En su afán de agotar las posibilidades expresivas de los sistemas
lingüísticos que emplea en la construcción de su macarroneo,
Folengo lleva al extremo todas las posibilidades de neologismos
latinamente correctos, y en esta labor ha aprendido de Plauto, de
Lucrecio, de Horacio, de Tertuliano, de San Agustín, en particular
de los escritores tardíos del clasicismo, estudiosos también ellos
de los poetas arcaicos y audaces en forjar un léxico nuevo, y más
tarde de los humanistas, que, con su habilidad en derivar con
señorial cautela el latín del latín, enriquecían continuamente la
vieja lengua de formas no atestiguadas, pero dignas de la más
austera latinidad. Tales neologismos correctos y formaciones nuevas,
aunque regulares, se encuentran en Folengo más que en cualquier otro
humanista2.
Anteriormente,
Bonora había señalado la influencia capital de la tradición latina
medieval en Folengo, debida a su formación monástica3:
[...]
Folengo, más que sus contemporáneos de formación laica, tuvo
presente el latín de los textos sagrados, de los predicadores, de
las disputas de teología, en general el latín medieval, en el que
seguramente, merced a atentas exploraciones, se podrán encontrar, en
mayor número que ahora, modelos de formas lingüísticas
introducidas por el poeta en su léxico.
Años más
tarde, Mario Chiesa retomará en un celebrado artículo el estudio
del latín medieval en el macarroneo folenguiano4.
Para Chiesa resulta evidente que no son motivos
religioso-devocionales ( ni siquiera polémicos) los que llevan a
Folengo a abordar también esta tradición lingüística, sino una
necesidad expresiva que pretende servirse de cualquier material
lingüístico que sienta idóneo. Esta necesidad expresiva no se
adapta a los límites de una escuela, sino que complica en una nueva
unidad a diversas tradiciones5.
Paoli y
Bonora habían observado cómo el macarrónico folenguiano, incluso
en algunas formaciones suyas que parecen más innovadoras, retoma y
lleva a su máximo desarrollo algunos hábitos lingüísticos de los
humanistas, de los autores latinos arcaicos y de los arcaizantes.
Pero señala Chiesa que los mismos usos lingüísticos están
presentes en la tradición lingüística de la literatura cristiana
–en el llamado “latín cristiano”- que en el siglo XVI era al
menos conocida, si no familiar, a las personas de cultura. Así, los
usos lingüísticos que los arcaizantes habían tomado de los
arcaicos deben su difusión también a haber sido adoptados por la
tradición del latín cristiano, que se caracteriza sobre todo por la
formación de innumerables neologismos6.
Efectivamente,
gran cantidad de neoformaciones y vulgarismos ya consagrados pasaron
de la Biblia Itala a la Vulgata, a pesar del esfuerzo
literario de san Jerónimo7;
y a la renovación del latín medieval contribuyeron también los
traductores escolásticos, que, optando por una traducción literal,
recurrían a menudo a la transposición de vocablos, forjando nuevos
términos abstractos y cargando de un significado nuevo puramente
técnico a otros ya existentes8.
Resulta
para Chiesa característico del latín cristiano preferir en general
las tendencias de la lengua popular. Y todo esto, acentuado en el
latín medieval, ha pasado a la lengua romance. De tal suerte, latín
de la decadencia, latín cristiano y medieval, latín humanista,
vulgar y dialecto, no obstante sus caracteres diferenciales,
constituyen una fundamental unidad lingüística. Este hecho hace
igualmente muy difícil, a veces imposible, distinguir cuál ha sido
la influencia que ha determinado ciertas elecciones de Folengo; pero
de otra parte, es una confirmación de cuánta ha sido la sagacidad
filológica por la que, a pesar de beber en tradiciones diversas, no
buscó conciliar sistemas excluyentes entre sí9.
Folengo
se sirve de la libertad de la tradición medieval y humanística,
llevándolas a su extremo desarrollo según “una idea de los medios
y de los fines de la lengua opuesta a la idea de los clásicos
latinos, no por una preconcebida intención caricaturesca, sino por
una personal búsqueda de expresividad”, a decir de Bonora10.
Chiesa
toma en consideración algunas típicos esquemas folenguianos de
nuevas formaciones ya individualizados por Bonora11,
y documenta su presencia y productividad en el latín cristiano y
medieval12:
PALABRAS
COMPUESTAS13.
En el latín medieval son numerosos las nuevas palabras compuestas,
que comienzan sobre todo por alm- (almificus, almipotens),
alti-, celsi-, cuncti-, docti-, dulci-, etc. Por otra parte,
compuestos con los prefijos con- y super- son
frecuentes en la Vulgata, sobre todo en san Pablo (conregno,
consenior, consepulti, superabundanter, superimpendor,
supersubstantialis, etc.), y en San Agustín, ciu.
(coapostolus, coaeternus, congaudere): y además numerosos
compuestos en –ficare: deificare, clarificare, glorificare,
iustificare, candificare. Folengo hace un amplio uso de
compuestos incluso en sus textos no macarrónicos.
SUSTANTIVOS
EN –atio.14
Este tipo de formaciones no es extraño al latín clásico, pero
resulta novedosa la gran libertad y frecuencia con que lo emplea el
latín cristiano y medieval. Numerosos ejemplos de ellos se
encuentran en las antiguas versiones de la Biblia, en Tertuliano, en
la Vulgata, en la Summa, en San Agustín, en los
sermones de Barletta, etc.
SUSTANTIVOS
EN –mentum y –men.15
El sufijo –mentum se había vuelto en latín tardío un
simple sufijo nominal carente de sentido preciso. Abundan estas
formaciones en las antiguas versiones de la Biblia, donde se emplean
con frecuencia como equivalentes latinos de sustantivos neutros
griegos. Se encuentran estas formaciones junto a sustantivos
tradicionales con otros sufijos nominales, como coronamentum
junto a corona, y odoramenta junto a odores.
También el sufijo –men había resultado fecundo en la
formaciones de nuevas palabras derivadas en el latín cristiano y
medieval.
ADVERBIOS16.
Aparecen nuevos adverbios en –ter en el latín medieval
(como amariter, pleniter), además de formas
adverbiales compuestas con preposiciones: alonge, deforis,
deintus, depost, abante. En el siglo cuarto se había registrado
un crecimiento particular de adverbios en –biliter
(formación evitada hasta entonces) como: incomparabiliter,
infatigabiliter, ineffabiliter, inseparabiliter.
SUFIJOS
DE COMPARACIÓN APLICADOS A NOMBRES. Paoli17
había señalado que la extravagante invención macarrónica de
formar el comparativo de un nombre propio: Hectorior, Orlandior,
Sansonior, (Baldus V XI 20-21) o de un nombre común:
manigoldior (ib. XVII 136), paladinior (ib.
II 345), cortellior (ib. IX 211), se encuentra ya en
Plauto y en el latín medieval. En el latín del Medievo aparecen
también sufijos superlativos aplicados a nombres comunes con
resultados como magistrissimus y discipulissimus; junto
a formas comparativas como Nerone neronior, Codro codrior.
EL
ADJETIVO POR EL COMPLEMENTO DEL NOMBRE18.
El adjetivo calificativo ha sido empleado frecuentemente con este
valor en el latín cristiano y medieval, inicialmente para sustituir
al genitivus nominalis, y luego al genitivus obiecti.
En la Vulgata, por ejemplo, junto a formas como triticeus panis,
hordaceus panis, nerviceis funibus, baculus harundineus, mensura
harundinea se encuentran formas aún más atrevidas como
subcinericius panis (“pan cocido bajo las cenizas”), que
reclama el folenguiano panescum cortellum)19.
LOS
DIMINUTIVOS20.
Los diminutivos, ya vivos en el sermo cotidianus (Plauto,
Terencio) y explotados estilísticamente por los neoteroi,
habían sido retomados por los poetas arcaizantes del periodo
postclásico y posteriormente por el latín cristiano; en la Vulgata,
Cantico, se encuentran: adolescentula, areola, fasciculus,
lectulus, rivulus. En el latín medieval, y luego en las lenguas
romances continúa la creación de diminutivos, aunque –dice
Chiesa- tienden a perder su valor expresivo para sustituir
simplemente al vocablo correspondiente. Folengo, insertándose en
esta tradición, la renueva, escogiendo los diminutivos por su valor
expresivo. Chiesa señala el uso obsesionante que hace de ellos una
“meretricula” para seducir a Baldo:
-Mecum (si sapias)
–dicebat- splendide barro,
mecum balneolos venies
intrare paratos.
Vtere me liber,
formosula, respice, quam sum.
Candidulas habeo
genulas, rubeosque labrettos.
Fessulus es, nec ego
minus exto lassula, mecum
Languidulos foveat tibi
lectulus artus.
(Baldus
V XXIII 676-81).
“Conmigo, si no eres
tonto –decía-, soberbio guerrero,
Conmigo vas a entrar en
bañitos ya preparados.
Haz de mí lo que
quieras; ves que estoy buenecita.
Blanquitas mis
mejillitas, y rojos mis labiecitos.
Estás cansadito, y yo
no menos flojita; conmigo
Que una camita repare
tus miembros agotaditos”.
Y en la T continuaba:
Est ibi floridulus
vagulum prope flumen agellus,
In quo molliculus de
fronde grabatulus extat.
Illic somniculus
corpuscula nostra fovebit,
Illic blandidulos manus
hos palpabit ocellos,
Illic dulciculas potes
has pressare mamillas.
(Baldus
XXI 775-79).
“Hay allí floridito
campito do un río vivito,
en el que se encuentra
blandito de frondas un camastrito.
Allí cuerpecitos
nuestros repararán sueñecitos,
Allí palpará tu mano
estos linditos ojitos,
Allí podrás coger
estas mis sabrositas tetitas”.
A Chiesa
aquí le parece evidente también el eco de la poesía humanista que,
especialmente con Pontano, había como redescubierto el valor
expresivo del diminutivo. En los Carmina pontanianos se
encuentran casi todos los diminutivos usados por Folengo (salvo,
naturalmente, los de extracción dialectal): balneola, basiolum,
bellulus, blandulus, crudulus, dulciculus, fessulus, floridulus,
hortulus, languidulus, lectulus, molliculus, somniculus, turgidulus,
etc. Grabatulus, atestiguado en Apuleyo, es empleado por
Petrarca, y estaba en la lengua culta del tiempo en la forma vulgar
grabatolo.
Dentro de
la tradición literaria cristiana la Vulgata se configura,
pues, como la fuente principal para la mezcla lingüística y el
juego de alusiones que es propio de la poesía culta de las Macaronee
de Folengo21.
También entra en ella la tradición de la Escolástica, las escuelas
de Teología22,
junto con la jerga monástica, y, desde luego, las ‘chanzas
clericales’. Todas estas alusiones –concluye Chiesa-,
reminiscencias, calcos y citas están perfectamente insertas en la
mezcolanza macarrónica23.
2
Cf. U. E. PAOLI, o.c., pp. 60-61
3
Cf. E. BONORA, “L’incontro di tradizioni linguistiche nel
maccheronico folenghiano”, o.c., p. 87
4
Cf. M. CHIESA, “La tradizione linguistica e letteraria
cristiano-medievale nell “Macaronee””, Teofilo Folengo tra
la cella e la piazza, Dell’Orso, Alessandria 1988, pp. 7-35.
Publicada anteriormente como “La tradizione linguistica e
letteraria cristiano-medievale nella “Maccheronee” del Folengo”,
GSLI, CXLIX, 1972, pp. 48-86.
5
Cf. M. CHIESA, o.c., p.7
6
Cf. ib., p.8
7
Cf. ib., pp. 8-9
8
Cf. ib., p. 9
9
Cf. ib., p. 9
10
Cf. E. BONORA, Le Maccheronee..., p. 65 cit. por M.
CHIESA, o.c., p. 9
11
Cf. E. BONORA, Le Maccheronee..., esp. cap. II:
“Struttura e stile del maccheronico”.
12
Cf. M. CHIESA, o.c., pp. 9-14
13
Cf. E. BONORA, o.c., pp. 63-67
14
Cf. ib., pp. 56 ss.
15
Cf. ib., pp. 54 ss.
16
Cf. E. BONORA, o.c., pp. 59 ss.
17
Cf. U. E. PAOLI, o.c., p. 144
18
Cf. E. BONORA, o.c., pp. 58 ss.
19
Cf. B. MIGLIORINI, o.c., p. 87
20
Cf. E. BONORA, o.c., pp. 60 ss.
21
Cf. M. CHIESA, o.c., pp. 15-18. Por ejemplo, “l’
espressione di umilità di S. Giovanni Battista –“ego non sum
dignus ut solvam eius corrigiam calceamenti” [Ioann. I 27]
– viene sfruttata a più riprese, ogni volta con diversa carica
allusiva: “nonne es bastevolus mihi descalzare stivallos”
(Zanitonella 991), “si non basto tibi frustos sgambare
stivallos” (Zanitonella 995); Merlino stesso nella T si
professava: “nec dignus sibi (cioè: “Tiphi Caroloque”)
descalzare stivallos” (T Baldus XXV 591)”.
22
Dice Chiesa (pp. 18-20) que la costumbre monástica y de las
escuelas de teología de citar frecuentemente la Biblia había dado
origen a un uso jocoso, consistente en citar inoportunamente la
Sagrada Escritura como sostén de afirmaciones chistosas. Por
ejemplo, en el Baldus T XXI 460-462 se cuenta cómo llega un
viejo prelado al paraíso, y llama a la puerta, pero “Nemo
respondet, quia Nemo est ianitor illic. / Denique post longas
batituras, ecce canutus / ianitor alter erat, quem Petrum nomine
dicunt.” Y una glosa explicaba: “Nemo fuit vir portinator
paradisi ut: “Ego claudo et nemo aperit””, que es referencia a
Apoc. III 7: “Haec dicit Sanctus et Verus qui habet clavem
David: qui aperit, et nemo claudit, claudit et nemo aperit”.
Muchos juegos similares cayeron con la desaparición de las glosas
en las redd. C y V, donde el juego lingüístico y un poco
intelectual tenían mayor espacio.
23
Cf. M. CHIESA, o.c., p. 35
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