Cesare
Segre enriquece las ideas de Paccagnella con la utilización del
concepto sociolingüista de “diglosia”. Establece en un famoso
artículo1
una tipología del macarrónico entendido en un sentido muy lato.
Fija, así, en seis puntos un repertorio de tipos y autores: hasta
el siglo XV, expresionismo basado en el dialecto más el toscano;
dialecto como género o como registro, ambos típicos del Véneto;
insertos dialectales en el toscano con fines miméticos; entre los
siglos XV y XVI, cuando “el juego se realiza entre tres elementos:
latín, toscano y dialectos”, toscano literario que se empina hacia
el latín; latin que se “abaja” hacia el vulgar (el macarrónico
propiamente dicho) y lengua literaria que se “abaja” a niveles
inferiores2.
De
acuerdo con la posición de Paccagnella de distinguir los textos
híbridos de los macarrónicos recurriendo al concepto de
interferencia3,
Segre afirma que son posibles ulteriores precisiones debidas a la
definición de “diglosia” dada por los sociolingüistas: “Se
habla de diglosia cuando una comunidad recurre además de al lenguaje
o lenguajes estándar, a una lengua fuertemente codificada,
empleándola sólo para usos escritos o formales, nunca para la
conversación ordinaria”4.
Dice Segre que para la Italia del trescientos al cuatrocientos, con
el latín más codificado (gramatica,5
de hecho) y más prestigioso, con el toscano literario ya vuelto
paradigma y el dialecto local, se podría así hablar de triglosia.
Esto resulta en una situación bastante anómala, si se advierte que
frente a la lengua de uso, el dialecto, se hallan dos lenguas
especiales de la literatura y la conversación culta: el latín y el
toscano, aquélla más prestigiosa, hasta la inversión de las
posiciones en ventaja de ésta6.
Señala
Segre que en la diglosia (o en la triglosia) sucede que los niveles y
registros altos son cubiertos por la lengua “superior” y los
niveles y registros “medios” y “bajos” por la inferior, como
si el espectro de la tonalidad estuviese distribuido sobre dos
columnas, carentes una de la parte inferior, y la otra de la
superior. Es en esta situación en la que se desarrollan los casos de
mezcolanza. Se insertan en un contexto de lengua superior elementos
de la inferior, cuando la primera necesita referirse a objetos y
situaciones propias de la cotidianeidad. Esto se verifica cada vez
que los portadores de la lengua “superior” deben tener
particulares relaciones comunicativas con los portadores de la lengua
“inferior” sin recurrir a esta última lengua: registros de
declaraciones, actas notariales, sermones, etc.7
Las
cosas, matiza Segre, se desarrollan de un modo muy diferente en
literatura. En principio, toda lengua literaria debería ya contener
los códigos internos que producen una mayor o menor solemnidad de
estilo: el del estilo sublime, del estilo medio, y el del estilo
humilde. Así, la lengua literaria, puesta al nivel más alto de la
variedad estilística de una lengua, refleja en sí, con medios
propios, toda la gama estilística de la lengua misma, con sus
referencias a los contenidos, y, por tanto, a los contextos. Cuando
hay una circulación social y cultural perfecta, -señala Segre- la
lengua literaria continúa asimilando y codificando en sus niveles
internos las formaciones lingüísticas de los diversos niveles y
registros del uso social, así como éstos son alimentados por las
elaboraciones de la lengua literaria8.
A tales
condiciones se avecinaba bastante la Toscana, pero no la Padania,
como se ha indicado ya. Para Segre, la labor de los macarrónicos
paduanos fue la de engastar la columna de los niveles superiores del
latín con la de los niveles inferiores, los del dialecto, fundiendo
dos extremos lingüísticos, históricos, estilísticos y
funcionales9.
Se trata, de hecho, de dos estructuras lingüísticas separadas del
todo (a diferencia de las del toscano y del dialecto); perteneciente
una a quince siglos antes (dado que el fondo es virgiliano), la otra
a la contemporaneidad; la primera de estilo sublime, la otra de
estilo bajo; la primera exclusivamente escrita, la segunda
exclusivamente hablada e informal, al menos en las variantes usadas10.
Considera
Segre evidente que los macarrónicos han invertido la operación
realizada por el medievo latino y vulgar: “En vez de promover el
estilo humilde para representar contenidos sublimes, ellos han
plegado el estilo sublime a representar contenidos humildes. En vez
de conferir al sermo rusticus (en nuestro caso, el dialecto)
la dignidad de las altas expresiones literarias, lo han recogido tal
cual, imponiéndole travestismos gramaticales de inevitable efecto
cómico. La violencia del destrozo estilístico se manifiesta como
revolución del lenguaje: el choque de tonos como colisión de
estructuras lingüísticas. Los impulsos hacia arriba y hacia abajo
coexisten también en cada palabra, realizando las interferencias que
son las células constitutivas del macarrónico”11.
Esta
mezcla –afirma Segre- debe ser comprensible, disfrutable y eficaz.
A esto sirven las normas impuestas por los macarrónicos en el empleo
de su material bilingüe. Estas normas, ya estudiadas por Paoli,
Migliorini, Bonora y Chiesa, dan en conjunto al latín la función de
continente y al dialecto la de contenido. La adición a términos
vulgares de partículas o desinencias latinas, su inserción en los
armoniosos módulos del hexámetro o del pentámetro continúa
renovando la comicidad del contraste entre lenguas, estilo y
argumentos12.
Esta
tentativa de redefinir las características del macarrónico, lleva a
Segre a enfatizar un elemento que cree consustancial al macarroneo, y
que es un impulso concurrente hacia los extremos de la gama
estilística: “Los macarrónicos tienden a elegir en el vulgar y en
los dialectos las palabras más expresivas. Pero con frecuencia es
suficiente la naturaleza netamente vulgar de un término para que ése
“funcione” en el contexto. En suma, el dialecto está tan
claramente connotado en su totalidad, que no resultan igualmente
connotados todos sus términos. Por eso mismo, la búsqueda de
connotaciones es mayor propiamente en el latín, y en dirección
diametralmente opuesta, la de lo sublime, como se ve en las alusiones
folenguianas a Virgilio. Los extremos estilísticos son, pues,
también extremos cronológicos, si es verdad que el latín más
vulgarizante del medievo ha sido rechazado por poco reactivo a un
empeño expresionista”13.
Lo que
caracteriza a los macarrónicos –concluye Segre- no es ya el
aproximar dos o más estratos lingüísticos (lengua, dialecto,
etc.), sino utilizar los contrastes históricos y tonales internos a
los estratos; mantener los estratos en una perspectiva diacrónica,
proyectando en su interior el contraste externo entre ellos;
establecer un equilibrio perpetuamente inestable, aunque con reglas
para su inestabilidad; crear con frecuencia neologismos, instituyendo
líneas ficticias de desarrollo temporal y lingüístico. La
revolución de las jerarquías tonales viene por tanto realizada
concomitantemente sobre la polaridad lengua-dialecto, y sobre la
polaridad lengua antigua-lengua moderna, así como sobre otra
polaridad menos macroscópica: dialecto-dialecto (de regiones
diferentes), lengua literaria-lenguas especiales (científica,
filosófica, etc.), etc14.
Imagen: el profesor Cesare Segre
1
Cf. C. SEGRE, “La tradizione macaronica da Folengo a Gadda
(e oltre)”, Atti Convegno 1977, pp. 62-74
2
Cf. ib., pp. 62-63
3
Cf. ib., p. 65
4
Cf. ib., pp. 65-66
5
Recuerda Curtius cómo a partir de los siglos XII y XIII, que marcan
el apogeo de la poesía y la ciencia latinas, el latín recibe
también el nombre de grammatica, “lengua artística
inventada por sabios, una lengua inmutable” (cf. E. R.
CURTIUS, La littérature européenne et le Moyen Âge latin,
Presses universitaires de France, 1991 [1956], p. 66).
6
Cf. C. SEGRE, o.c., p. 66
7
Cf. ib., p. 66.
8
Cf. ib., p. 66
9
Cf. C. SEGRE, o.c., pp. 66-67. C. F. Goffis expresó
su oposición a la identificación en esta diglosia de los niveles
“superiores” con el latín, y de los “medios” e “inferiores”
con los del dialecto, en la idea de que en poesía cada lenguaje
posee su propio “sublime” adecuado a cada contexto: “È facile
accorgersi che in poesia non esistono registri precostituiti: il
latino sarà lingua nobile nella storia della civiltà, non
nell’atto poetico, dove migliore è il lessema o il sintagma che
consente il risultato estetico. Soltanto con l’esame del Baldus
si determina che cosa si debba intendere di volta in volta per
livelli e registri “superiori”, “medi” e “bassi”, in
rapporto alla poesia, non corrispondenti esattamente ad una scala di
valori curiali, ecclesiastici, sociali. Il macaronico è lingua
d’arte, personale ed esclusiva, non utilizzable per rapporti di
società: al livello massimo della sua espressività ci può stare
il sentimento cavalleresco, oppure il grido dell’anima plebea
sofferente, oppure l’atto di coscienza e l’ardore religioso. Chi
ha detto che in tutti questi casi la componente lingüística con
cui si tocca la vetta dell’espressione poetica, la più adeguata
alle varie forme di sublime (che può addiritura essere orrido) sia
la componente latina? Ogni linguaggio, insomma, senza riferimento al
prestigio di cui gode presso un certo publico, ha un proprio
“sublime”, quando perfettamente risponde al gusto che anima il
testo per cui viene eletto” (cf. o.c., pp. 139-140)
10
Cf. C. SEGRE, o.c., p. 67. La polaridad extrema
histórica y cultural en que se sitúan latín y dialecto en el
macarroneo es una muestra de la aplicación que hace Segre del
principio de “abajamiento” bakhtiniano. Identificando la cultura
“oficial”, abstracta y sublimadora con lo elevado y la cultura
cómica popular con lo bajo, crea Bakhtin una metáfora espacial que
le permite hablar de “movimientos” de arriba abajo, de efectos
materialistas derivados de su identificación de esa parte baja
opuesta a la elevada con “los bajos materiales y corporales”, es
decir, con el bajo vientre corporal, lugar donde se realizan todas
las operaciones (digestión, fecundación, etc.) relacionadas con la
renovación material de la vida. Esta imaginería, brillante pero
simplificadora, le permite a Bakhtin, sin mucho empacho,
presentarnos a Rabelais como un materialista histórico ante
litteram (cf. o.c., p. 363: “Pour la majorité
de ces philosophes de la Renaissance [Pic de la Mirandole,
Pomponazzi, Porta, Patricius, Bruno, Campanella, Paracelse, etc.],
l’astrologie et la “magie naturelle” jouent un rôle plus ou
moins grand. Or, Rabelais ne prenait ni l’une ni l’autre au
sérieux. Il confrontait et reliait les phénomènes dissociés et
terriblement éloignés les uns des autres par la hiérarchie
médiévale, il les détrônait et les rénovait sur le plan
matériel et corporel, sans avoir recours à la “sympathie” ni à
la “concordance” astrologique. Rabelais est un matérialiste
conséquent. Mais il ne prend la matière que sous sa forme
corporelle. Pour lui, le corps est la forme la plus parfaite de
l’organisation de la matière, partant, la clè donnant accès à
toute la matière. Celle dont est fait l’univers dévoile dans le
corps humain sa véritable nature et toutes ses possibilités
supérieures: dans le corps humain, la matière devient créatrice,
productrice, appelée à vaincre tout le cosmos, à organiser toute
la matière cosmique; dans l’homme, la matière prend un caractère
historique”). Pero los problemas surgen en la aplicación del
principio del abajamiento al análisis lingüístico y estilístico
del macarroneo. Así, frente al equilibrado concepto de “fusión
orgánica” de elementos heterogéneos, el modelo del crítico
soviético impone una bipolarización jerárquica casi insalvable de
los elementos en cuestión (latín = cultura “oficial”
sublimadora versus dialecto = cultura popular
materializadora), que resulta claramente insuficiente cuando se
confronta con la complejidad del fenómeno macarrónico en su
desarrollo diacrónico. De tal modo, puede decirse que el latín
macarrónico, incluso el prefolenguiano, no se nutre exclusivamente
del acervo virgiliano, y que las variantes dialectales empleadas
distan de ser exclusivamente habladas e informales sino también
procedentes de la literatura dialectal como ha demostrado M. Chiesa
(cf. “Del “rozzo parlar”” y “Sulla letteratura
“alla bulesca””, o.c., pp. 146-156, 157-167). Tal
teoría no da cuenta satisfactoria de la presencia en el macarroneo
de otros elementos lingüísticos como el toscano literario y los
préstamos de lenguas extranjeras. La razón de su éxito debe
buscarse en la nueva pujanza que ha proporcionado a la vieja
interpretación del macarroneo como parodia anticlasicista y
antihumanista (cf. el aplauso a I. Paccagnella de E. BONORA,
“Stato attuale degli studi folenghiani”, Atti Convegno 1980,
pp. 30-31).
11
Cf. C. SEGRE, o.c., p. 67. Sobre la naturaleza de
tales “impulsos hacia arriba y hacia abajo” cf. nota
anterior.
12
Cf. C. SEGRE, o.c., pp. 67-68
13
Cf. ib., p. 68. La idea del macarroneo como resultado
de un intento polemista de contraste y colisión entre dos
estructuras lingüísticas totalmente opuestas desde el punto de
vista cronológico y estilístico, choca con la intepretación de
Bonora y Chiesa, que consideran que el poeta macarrónico emplea
cualquier elemento lingüístico (el latín en toda su amplia gama
histórico-cultural, el toscano, los dialectos, jergas,
extranjerismos, neologismos) que le permita alcanza una mayor
expresividad en el sentido de lo cómico. Por otra parte, Chiesa
señalará en Folengo el limitado empleo de las jergas, lo que de
acuerdo con la interpretación de Segre podría haber contribuído a
reforzar ese combativo contraste entre estructuras (cf. M.
CHIESA, “Cingar sciebat zaratanare”, o.c., pp. 113-124).
Folengo, por el contrario, evitará estos extremismos y en las
redacciones sucesivas de su obra empleará términos de una koiné
dialectal suficientemente conocida. De difícil explicación en la
teoría de Segre son también los “macarronismos morfológicos”
de Paoli si éstos pueden identificarse con el “latín más
vulgarizante del medievo” del que habla Segre, así como el
predominio de uno u otro elemento lingüístico según lo exija el
tono del discurso y la temática.
14
Cf. C. SEGRE, o.c., p. 69
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