CARMINA MACARONICA SELECTA

"Quid contentandum nisi contentamus amigos? / Hoc mihi servitium facias, tu deinde comanda, / nam, giandussa mihi veniat in culmine nasi, / ni pro te posthac Paradisos mille refudem", Baldus, V, 9, 295-298

sábado, 6 de agosto de 2022

MACARRONEAS DEL SIGLO XVIII: El "poema macarronicum" de Merlinus sobre la entrada en la ciudad de Cádiz del Almirante de Castilla (I)


 

Imagen del Carnaval de Cádiz (años 80 del siglo XX) [Facebook]



2. 1. Peculiaridad de la composición.


Esta macarronea en 108 hexámetros supone una nueva aplicación, prácticamente contemporánea, del género poético macarrónico a la descripción de la entrada de un Grande en una ciudad, tal como vimos en el poema macarronicum del capítulo anterior. Pero en comparación de la desangelada crónica que constituyen PM1 y PM2, sorprende la robusta inspiración de corte expresionista de la presente composición, que subordina los elementos puramente narrativos a los artístico-cómicos.


El autor anónimo del poema utiliza el pseudónimo de Merlinus, que es parte del que utilizó Teófilo Folengo (Merlinus Cocaius) para firmar las diversas redacciones de sus macarroneas, y se proclama a sí mismo como princeps macarronicorum, ya sea por identificación total con el "verdadero" Merlinus, o por orgullosa autoafirmación de veterano poeta macarrónico, como se deduce de los dos primeros versos de la composición. Sea como sea, el poeta se coloca intencionalmente bajo la advocación merliniana, hecho del que dan cuenta una serie de rasgos estilísticos que analizaremos en 2. 4. 1. 7.


2. 2. Contenido y estructura.


El poema, como puede deducirse de su título, describe la festiva entrada del Almirante de Castilla en la ciudad de Cádiz (Merlini Macarronicorum principis poema macarronicum Magni Almirantis Castellae festivum ingressum in Civitatem Gades describens), aunque lejos de limitarse a este aspecto descriptivo, introduce elementos inesperados como un diálogo mitológico-burlesco. El poema, adopta, como PM1 y PM2 la estructura externa de un poema épico:


I. Exordio (vv. 1-8).


I.1.Invocatio (vv. 1-4). Se emplea una variatio de este tópico en la que el poeta cuenta cómo la Musa macarrónica, que le frequentó en el pasado, le dicta resoplando una mojiganga.


I. 2. Propositio (vv. 5-8). Se expone el tema de la obra que es, en clara parodia virgiliana, cantar al hombre (virum canam), acogido como un dios por la ciudad. El poeta pide atención al lector (v.8).


II. Narratio (vv. 9-108). Puede dividirse en cuatro bloques temáticos:


II. 1. Descripción de la comitiva del Almirante y del ruidoso recibimiento (vv. 9-36).


II. 1. 1. Chronographia o recurso a la hora mitológica (vv. 9-12). El poeta empleando una iunctura clásica (tempus erat quo), señala, mediante una jocosa alusión a las actividades de Apolo al comienzo de su recorrido diario, la alborada como el momento de la llegada del Almirante.


II. 1. 2. Descripción de la expectación y algarabía popular (vv. 13-16). Hay una doble parodia del símil épico para denotar el agolpamiento del populachus.


II. 1. 3. Descripción de la comitiva (vv. 17-26). La abre un grupo de arrieros fanfarrones (17-19), al que sigue el Gobernador escoltado de magnates de la villa (20-21); finalmente, aparece el Almirante, acompañado de los duques de Osuna y de Alburquerque, y del marqués de Priego (22-26).


II. 1. 4. Ruidosa bienvenida de cañones e instrumentos (vv. 27-36). Sólo los navíos franceses no se suman al recibimiento (35-36).


II. 2. Escena mitológica-burlesca (vv. 37-81).


II. 2. 1. Aparición y discurso de Hércules (vv. 37-56). Se presenta de improviso el mítico fundador de la ciudad y monta en cólera al verla en fiestas sin su conocimiento.


II. 2. 2. Réplica de Venus (vv. 56-61). La diosa informa a Hércules sobre la personalidad del Almirante, y le dice que mida sus ímpetus, si no quiere salir malparado.


II. 2. 3. Hércules expone desdeñosamente sus hazañas (vv. 62-71).


II. 2. 4. Nueva réplica de Venus (71-75), que tacha al Alcida de fanfarrón y mentiroso.


II. 2. 5. Hércules, mudo de furia, se dispone a golpear a Venus, pero se interpone inesperadamente el dios Neptuno (vv. 75-81).


II. 3. Descripción de los agasajos ofrecidos al Almirante (vv. 82-94), destacando los de un navío inglés al mando de Eylmer (87-91).


II. 4. Fin de la riña de los dioses (vv. 95-108). Conmovido por el espectáculo, Hércules pide perdón a Venus, y se suman dioses y ninfas a los ciudadanos para despedir al Almirante.


2. 3. Datación del poema.


2. 3. 1. Problemas de datación.


El poema del Merlín ha llegado a nosotros sólo a través de la edición de Antonio Paz y Meliá en sus Sales Españolas o Agudezas del ingenio nacional, (segunda serie), Madrid 1902, pp. 397-400. La información que da en la introducción p. XVI sobre el original son muy escuetas, aunque terminantes:


No he visto mencionada en las historias de Cádiz la entrada del Almirante que describe la poesía de Merlín. El original, impreso en dos hojas en 8º., es del siglo XVIII, y así, parece que ha de referirse al almirante D. Juan Tomás Enríquez de Cabrera1 que, además de aquél título, fue General de la mar en las costas de Andalucía hasta la segunda mitad del reinado de Carlos II, pasándose luego al bando austriaco.


Antonio Torres-Alcalá, por su parte, pone serios reparos a la datación de Paz y Meliá en su estudio sobre el poema (pp. 112-123):


Este poema presenta varios aspectos de crítica histórica nada fáciles de resolver. En primer lugar, es anónimo y, en segundo, la datación del manuscrito es frágilmente hipotética. Paz y Meliá, que ni menciona ni da detalles del mismo, afirma ser del XVIII. Ante la imposibilidad de consultarlo (pues tampoco aparece en ninguna reseña bibliográfica existente; ni la de Simón Díaz ni la de H. Seris) ni poderlo localizar, después de muchas horas de frustración entre plausibles manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid, no puedo confirmar ni negar la datación de Meliá. Por otra parte, los datos que suministra una crítica interna del texto con los hipotéticos de Paz y Meliá no parecen concordar ni son lo suficientemente claros para fechar los hechos en el siglo XVII (sic), como aquel cree2.


Para Torres-Alcalá la incógnita principal radica en aclarar en qué ocasión se encuentran congregada en Cádiz una escuadra franco-española, complicada por la presencia amistosa de un buque inglés3.


Para elucidar la presencia del elemento inglés, el más perturbador en su opinión, consulta la enciclopédica obra de W. Laird Clowes, The Royal Navy: A History, London 1897-1902, donde encuentra varios Aylmer que pueden corresponden con el Anglicus Eylmer nombrado en el poema (v. 88). El único candidato plausible resulta ser Lord Mathew Aylmer, Vicealmirante de la escuadra del Mediterráneo (1693-1708), y después Almirante (de 1709 en adelante). Torres-Alcalá recuerda, asimismo, que las relaciones entre España e Inglaterra eran buenas en la última década del siglo XVII, mientras Carlos II parecía decantarse por elegir un sucesor de la Casa de Austria. Frente al soberano francés Luis XIV se formó una coalición entre España, el Imperio, Holanda e Inglaterra desde 1688 hasta 1696, y en 1694 Cádiz llega a ser base marítima invernal para la Armada inglesa4.


Señala, pues, Torres-Alcalá la alta probabilidad de que Aylmer fondeara en Cádiz entre 1690-1699, años en que las relaciones entre España e Inglaterra eran amistosas. La presencia de una escuadra francesa y la identidad del Almirante de Castilla son, no obstante, puntos conflictivos para su hipótesis:


[...] El revés de esta teoría, en este caso, sería la presencia de la escuadra francesa en Cádiz al mismo tiempo. Si, como cree Paz y Meliá, el Almirante en este poema era don Juan Enríquez de Cabrera, que fue, además, general del mar en las costas andaluzas "hasta la segunda mitad del reinado de Carlos II", la teoría se complica aún más, porque la segunda mitad correspondería a partir de 1680, cuando la presencia de Aylmer no está documentada en el Mediterráneo, al menos, no con el rango de Vicealmirante. Lo que parecería probable en toda esta confusión histórica es que Aylmer estuviera en Cádiz entre los años citados y en misión diplomática ante la vacilante Corte de España, que se debatía irresoluta entre un Austria y un francés para la sucesión al trono. En algun de esos momentos de calma chicha, en la casi ininterrumpida guerra de finales del XVII, se podrían haber encontrado en Cádiz, en plan cortesano, los tres países beligerantes5.


En nuestra opinión, el Sr. Torres-Alcalá descuida en su análisis, que se centra en un personaje secundario, el esclarecimiento de la figura central del poema, el Almirante de Castilla, cayendo así en un error de fechas de Paz y Meliá sobre éste, y obvia el contexto histórico inmediato, la Guerra de Sucesión Española, hechos ambos que pueden ayudar a establecer límites históricos a la publicación del impreso.


2. 3. 2. D. Juan Tomás Enríquez de Cabrera (1646-1705), último Almirante de Castilla, y su papel en la Guerra de Sucesión Española.


Sobre este personaje, al que hemos encontrado, curiosamente, como protagonista del extenso poema crónica del capítulo anterior (cf. aquí 4. 1 n. 5), publicó una biografía Cesáreo Fernández Duro, secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia, en 1902, aludida por Paz y Meliá (cf. supra, n. 1), y que era considerada todavía estimable por Antonio Domínguez Ortiz6. En ella nos basamos, principalmente, para aportar datos biográficos sobre el Almirante.


Recuerda Fernández Duro que la dignidad de Almirante mayor de Castilla fue creada por Fernando III después de la conquista de Sevilla en 1248, extendiendo luego sus honras y prerrogativas Alfonso X7.


Tenía residencia ordinaria en Sevilla, y tribunal privativo. Su autoridad era omnímoda sobre cuantos embarcasen en las armadas. Su jurisdicción en tierra se extendía hasta donde llegaran las aguas saladas en altas mareas, y tenía derecho a intervenir todas las mercancías que por mar fueran importadas o exportadas, perteneciéndole por derecho una parte8.


El cargo fue ejercido por los Enríquez desde 1405 (la institución se hace feudataria en esta casa con D. Fadrique Enríquez, 2º Almirante de su linaje y 1º conde de Melgar, que murió en 1473) hasta el número de 11, siendo el último D. Juan Tomás Enríquez de Cabrera, hijo del anterior Almirante (D. Juan Gaspar Enríquez de Cabrera, m. en 1691), quien falleció en Portugal en 17059.


D. Juan Tomás nació el 21 de diciembre de 1646. Su padre le cedió el título de conde de Melgar. De él cuenta Fernández Duro que "de aventajada estatura, de hermoso aspecto y elegante porte, muy luego se habló de su persona, mentándola en toda aventura ruidosa, de las que daban comidilla a los asiduos de los mentideros"10.


Tras firmar capitulaciones matrimoniales en el Puerto de Santa María en 1663, contrajo matrimonio con Doña Ana Catalina de la Cerda, hija del séptimo Duque de Medinaceli. Tras enviudar de ésta en 1697, contrajo segundas nupcias con Doña Catalina de la Cerda y Aragón, hija de D. Juan Francisco, octavo Duque de Medinaceli, y de Doña Catalina Antonia, Duquesa de Segorve y Cardona11.


Dentro de su actividad pública destaca su nombramiento en octubre de 1678 como Gobernador y Capitán General de Milán. Al empezar 1695 era Teniente General de las Andalucías y posesiones de África, al tiempo que Caballerizo mayor del Rey12.


En su calidad de Grande de primera clase se vio sin duda afectado por la instauración de la nueva dinastía borbónica en la persona de Felipe, duque de Anjou y nieto de Luis XIV y de María Teresa, hermana de Carlos II, el futuro Felipe V, que entró como rey en Madrid el 18 de febrero de 1701. Así lo había establecido en su testamento, poco antes de morir el 1 de noviembre de 1700, el último de los Austrias españoles, el desdichado Carlos II, optando como sucesor por un Borbón francés frente al candidato imperial, el archiduque Carlos, elección que era compartida por la mayor parte de la Corte madrileña y el Papado13.


Si puede decirse que el pueblo afrontó sin resistencia grandes sacrificios para sostener a los Borbones en una larga guerra que se prolongó hasta 1715, la alta nobleza castellana, en cambio, fue, en general, indiferente y en parte hostil a la nueva dinastía. Tal actitud estuvo provocada por el decaimiento de su influencia en el nuevo rey, que había sido decisiva en el reinado anterior14. El enfermo infeliz que fue toda su vida Carlos II se volvió en extremo dependiente primero de su madre, la reina regente, y luego de los sucesivos ministros y favoritos, Grandes de Castilla. De tal suerte, tras la muerte de don Juan de Austria, se produjo la privanza del duque de Medinaceli, luego la del conde de Oropesa (1685-1691), que en los últimos años tuvo que compartirla con otros altos personajes, como el condestable de Castilla y el mismo almirante15.


Pese al esfuerzo meritorio de algunos individuos como el duque de Medinaceli o el conde de Oropesa al final del reinado de Carlos II16, los Grandes aparecían en las postrimerías del siglo como una casta degenerada y estéril, y los Borbones vieron en ellos el principal obstáculo para una monarquía eficiente17. En 1703 el desalentado cardenal Portocarrero, arzobispo de Toledo, Primado de España y Regente del Reino en varios períodos sucesivos durante la ausencia de Felipe V, pintaba con los tintes más sombríos la avidez de cargos y la incompetencia y desinterés de la generalidad de esta clase por los asuntos públicos18. Su actitud, propia de rivales de escasa valía, provocaba el desprecio de la carismática princesa de los Ursinos, Camarera mayor de la Reina, o del infatigable Amelot, embajador de Francia y Primer Ministro de facto de Felipe V19.


El ataque directo dirigido por los consejeros franceses contra los privilegios de los Grandes, que se vieron apartados del gobierno efectivo, fue facilitado por el conservadurismo, la ineficacia y las disputas de los propios nobles, que desde el principio del reinado se habían dividido en facciones que cruzaban las líneas de los partidos austriaco o borbónico20.


El descontento de los Grandes de Castilla, incluso entre aquellos que habían apoyado inicialmente la nueva dinastía, provocó desde el comienzo del reinado una serie de defecciones. La más sonada de las que se produjeron en esta época fue, sin duda, la del almirante de Castilla. Su adhesión inicial a la causa borbónica, al ser el noble de linaje más eminente, fue muy bien recibida. Sin embargo, parece que se desilusionó rápidamente con la nueva Corte, y, hombre ambicioso, con el favor que alcanzaba el cardenal Portocarrero. El almirante sugirió que lo nombraran embajador en Francia. Portocarrero accedió, pero rebajando su sueldo de modo humillante. Ocultando su disgusto, el almirante pidió permiso para llevar sus bienes a París, y salió de Madrid el 13 de septiembre de 1702, con un séquito de trescientas personas, en ciento cincuenta carruajes, y equipaje en el que iban gran cantidad de joyas y pinturas. Se desvió de repente y huyó a Portugal, donde denunció al Gobierno borbónico. Las naciones de la Gran Alianza (Austria, Inglaterra y Holanda) acogieron con júbilo al almirante. A consejo suyo renunció el Emperador de Austria a los derechos a la Corona en su hijo el archiduque Carlos, y vino éste a Lisboa. Parece que participó activamente en la adhesión de Portugal a la Alianza en el verano de 1703, y que propuso también el plan de campaña. Fue nombrado general de la caballería del ejército coaligado. Acudiendo a la frontera por Estremoz para ordenar algunas disposiciones, falleció repentinamente el 29 de junio de 1705, antes de cumplir los cincuenta y nueve años de edad. Años más tarde, el 12 de enero de 1726 Felipe V firmó un decreto comunicando su resolución de no proveer más la dignidad de almirante de Castilla, vacante desde la muerte de D. Juan Tomás Enríquez de Cabrera21.


2. 3. 3. Conclusiones sobre la datación del poema.


Debemos distinguir en el establecimiento de la datación, siempre por lo demás hipotética, entre la fecha del suceso que se narra en la macarronea y la de su publicación como impreso.


Torres-Alcalá establece, como hemos visto, una fecha límite en 1699 para la presencia de Aylmer en el puerto de Cádiz. Esta fecha, no obstante, podría retrasarse hasta septiembre de 1701-desde noviembre de 1700 hasta abril de 1701 no hubo hostilidades de ninguna clase-, en la que las llamadas potencias marítimas (Inglaterra y Holanda) forman con Austria, enemiga dinástica de los Borbones, la Gran Alianza contra Francia y España, en temor de que se unieran las dos monarquías bajo la casa borbónica. Durante un año combatieron en Italia franceses y austriacos, y en mayo de 1702 las potencias de la Gran Alianza declaran la guerra a Francia y España22.


Jose Calvo Poyato refiere un curioso testimonio de la época sobre las lealtades del Almirante en este momento:


[...] También la defección del Almirante de Castilla, don Juan Tomás Enríquez de Cabrera, fue un asunto de impacto, rodeado de un cierto aire rocambolesco. Según un testimonio de la época, en 1701 un holandés llegó a Cádiz bajo el pretexto de efectuar una serie de negocios -aún no estaba cerrado el comercio con las Provincias Unidas-, pero su verdadero propósito era investigar el estado en que se encontraban las defensas peninsulares, así como los ánimos de la población respecto a la causa del archiduque Carlos de Austria. En cumplimiento de esta misión viajó a Madrid, donde se entrevistó con el Almirante, mostrándole éste un mapa donde se recogía la situación de las fortificaciones peninsulares. De la información recogida, el holandés sacó la conclusión de que el ataque a España debía producirse por Andalucia.

Esta anécdota tal vez no sea muy verosímil, pero a la postre el Almirante de Castilla huyó a Portugal, donde acató al archiduque como soberano, y el primer intento de desembarco de los aliados en la Península se produjo en la bahía gaditana23.


Para nosotros esta historia, aparte de señalar la presencia del Almirante en la Corte antes de septiembre de 1701, es indicativa de una temprana adscripción al partido austriaco, y de una patente francofobia, que se refleja en la actitud de las naves francesas fondeadas en el Cádiz de nuestra macarronea, que se niegan a disparar salvas en honor del Almirante (cf. vv. 35-36).


Es muy interesante observar, de cara a la fijación de un término post quem de la macarronea, el hecho de que los acompañantes del Almirante son prácticamente los mismos que los de su aparatosa entrada en Sevilla el 4 de febrero de 1700 (cf. supra 4. 1 n. 11-12). Efectivamente, nos volvemos a encontrar con el duque de Osuna y el marqués de Priego, al que se suma en este caso Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, todos ellos Grandes de primera clase24. La presencia del último de éstos podría explicarse por lazos familiares, ya que su esposa, Juana de la Cerda (1664-1724), era hermana de la madre del marqués de Priego, y de la segunda esposa del Almirante (cf. supra 4. 1 n. 11-12). Es probable, pues, que la entrada en Cádiz no estuviera muy alejada en el tiempo de la citada entrada en Sevilla.


En cuanto a la fecha de publicación del impreso, que Paz y Meliá fecha en el siglo XVIII, cabe dentro de lo posible admitir que se diera a comienzos de 1701, aunque a medida que transcurre el año se dificulta notablemente, y se vuelve francamente problemática a partir de septiembre con la creación en La Haya de la Santa Alianza, para volverse imposible desde agosto de 1702, cuando la ciudad de Cádiz, que había optado desde el primer momento por la causa borbónica, sufre sitio durante cuarenta días a cargo de una escuadra angloholandesa, a la que resistió heroicamente a pesar de la pobreza de medios25. Hacia la época que concluía este sitio se consumaba, asimismo, la defección del Almirante de Castilla. Ahora bien, sigue en pie el problema principal de elucidar los criterios que llevaron a Paz y Meliá a afirmar de una manera tan segura, y, al mismo tiempo, tan imprecisa la fecha de publicación del impreso. Así, surge la sospecha de pensar que este criterio consistiera simplemente en haberlo hallado entre otros legajos asignados imprecisamente a esta centuria. Como en el caso de su edición del poema macarrónico de Vergara y de la Pepinada de Sánchez Barbero, la cuestión queda en el aire, al no sernos nunca posible localizar, frustración que compartimos con el Sr. Torres-Alcalá, sus fuentes manuscritas o impresas de la Biblioteca Nacional, sobre cuya localización guarda siempre un irritante e incomprensible silencio. No obstante, aceptamos de modo convencional la datación de Paz y Melia, aunque con todas las reservas que se pueden suponer.


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1 En nota Paz y Meliá indica que "así lo cree el Sr. Fernández Duro, que hace tiempo se ocupa en recoger datos para la biografía de aquel personaje". El subrayado es nuestro.

2 Cf. A. TORRES-ALCALÁ, o.c., p. 113. Este autor cita abreviadamente como Mer. En nuestra edición utilizaremos la abreviatura Merl.

3 Cf. ib., p. 114

4 cf. ib. pp. 114-115

5 cf. ib. p. 115

6 cf. A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Ariel, Barcelona 1984 [1976], p. 41. La descripción bibliográfica de la obra de Fernández Duro fue hecha aquí 4. 1 n. 5.

7 Cf. C. FERNÁNDEZ DURO, o.c., p. 3

8 cf. ib. p. 4

9 cf. ib. pp. 5-6

10 cf. ib. p. 16

11 cf. ib. pp. 17, 51, y supra  4. 1. n. 12

12 cf. ib. p. 47

13 cf. HENRY KAMEN, La Guerra de Sucesión en España, 1700-1715, Grijalbo, Barcelona 1974, pp. 14-15, 19

14 cf. A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, o.c., pp. 40-41.

15 Cf. Ib. p. 18; H. KAMEN, o.c., pp. 46.

16 Cf. A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, o.c., p. 19

17 cf. H. KAMEN, o.c., p. 103

18 cf. ib. pp. 99-100; A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, o.c., pp. 18-19.

19 Cf. H. KAMEN, o.c., pp. 102-105.

20 Cf. ib. pp. 104, 106.

21 Cf. ib. p. 108; C. FERNÁNDEZ DURO, o.c., pp. 66-96.

22 Cf. H. KAMEN, o.c., pp. 19-20; A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, o.c., p. 25.

23 Cf. JOSÉ CALVO POYATO, La Guerra de Sucesión, Anaya, Madrid 1988, p. 27.

24 Así figuran en una lista de Grandes de 1707 cf. A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, La sociedad española en el siglo XVII, T. I, CSIC, Universidad de Granada 1992, p. 360.

25 Cf. MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ, "La ciudad de Cádiz y su contribución militar a la guerra de Sucesión Española, 1704-1705", Anales de la Universidad de Cádiz, I 1984, pp. 139-140.




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