3.
2. 1. 3. Ars emblematica en la macarronea
gaditana.
Robert J. Clements establece cinco
variantes de aproximación entre lo que llama ars emblematica,
entendida como un tipo especial de literatura, y el ars poetica
renacentista1.
El análisis de estas particularidades aplicadas a otios.
darán razón de su legitimidad emblemática.
En primer lugar, destaca en el
emblemista su mentalidad metafórica. En línea con su preferencia
por lo simbólico, los emblemistas practicaban la metáfora y la
expresión metafórica. La metáfora, sea dibujada o escrita, es un
recurso que proporciona variedad y que ahorra palabras, y los
emblemistas se sintieron atraídos por ella. Para Alciato y sus
muchos seguidores la literatura creativa era inseparable de la
metáfora y el emblema. De este modo, el autor de otios.
explica sintéticamente las diferencias de su Macharronicum opus
con la communis Macharronea empleando dos comparaciones que
culminan señalando a toda la composición como una metáfora (cf.
glosa a otios. 9: “esta macharronea es sumpta
methaphora...”). Para el simbolismo medieval la realidad era
realmente un thesaurus emblematum, porque las cosas, que son
un reflejo de su Creador, y por tanto un medio de conocimiento,
poseen por naturaleza representandi vis2.
Este discurrir simbolista propio de la emblemática aflora en otios.:
“Ponenle a Minerua vna punta muy aguda en la mano, para dar a
entender el agudeza de ingenio que ha de tener el que huuiere de
aprender sciencia” (cf. glosa a otios. 41); la lechuza a la
que le molesta la luz del sol es “Ierogliphico de quien haze lo
mesmo: qui male agit, odit lucem” (cf. glosa a otios.
42). Se extraen símbolos del desarrollo de la trama que son otros
tantos emblemas en potencia: “este es simbolo de la auaricia:
vn gato asido a vn palo con vna argolla y liadas las manos y braços
en dos palos, y en las manos asido vn plato con ratones biuos, cada
vno en su cadenilla, como que trae el almuerzo a los que trabajan en
la fragua; y ninguno de los quatro gatos, ni el que trae el plato,
puede llegar a los ratones, figura muy semejante al auariento, de
quien se dize: “auaro tam deest quod habet quam quod non habet””
(cf. glosa a otios. 221); “Assi aqui se representa el pauo
quando haze rueda y da quatro passos como rebentando, mouiendo la
cola y arrastrando las alas; y assi se repite muchas vezes la .t.
para hazer el sonido de aquel natural retumbo. Y aquel pedaço de
carne que suele tener recogido y de color blanco aplumado lo suelta
de manera que cae sobre el pico, que parece que rebienta de sangre,
symbolo de la propia estimacion; y para los que tienen dones
naturales y no los refieren a Dios agradeciendolos es ierogliphico
del amor de la propia excelencia” (cf. glosa a otios.
237).
La segunda característica especial
de la teoría literaria de los emblemistas era la función moral y
didáctica que asignaban a la literatura de creación. Como los
humanistas más militantes, los emblemistas no vacilaron en igualar
la literatura con el conocimiento y el amor a la sabiduría
(philosophia)3.
Muchos escritores de emblemas fueron maestros o clérigos entregados
a un propósito didáctico. De tal suerte, el clérigo segoviano
Horozco y Covarrubias avanzaba en sus Emblemas morales la
creencia de que la sabiduría es la verdadera fuente de las Musas y
la Poesía. Los emblemistas, pues, se vieron fácilmente a sí mismos
como maestros y a sus libros como manuales. Menestrier llamaba al
emblema “une espèce d’enseignement mis en image, pour régler la
conduite des hommes”. Incluso el eminente Bacon admitía las
extraordinarias propiedades del emblema como recurso didáctico:
“Emblems reduce intellectual conceptions to sensible images, and
that which is more sensible more forcibly strikes the memory and is
more easily imprinted on it than that which is intellectual”. El
emblemista Wither aspira a un fin didáctico en su poesía “without
darkening the matter, to them who most need instruction”. Se
concluye que la función didáctica del arte y la literatura
–literatura vista en sentido amplio como una rama del conocimiento,
la filosofía y la ética- es afirmada reiteradamente en el ars
emblematica mucho más que en el ars poetica, o incluso en
el ars pictoria. Una finalidad moralizadora es la que mueve al
autor de otios., que escribe básicamente su emblema en contra
de la ociosidad (“Al vso. 61. arriba pagina .8. en el margen se
pone el fin para que se hizo esta emblema que es persuadir al trabajo
y honesta occupacion huyendo de la ociosidad, raiz de todos los
vicios [glosa a otios. 137]”). Pero se señalan además las
lecciones y enseñanzas que pueden extraerse de la observación de la
naturaleza (cf. glosa a otios. 43, 46, 489), de los mitos
(glosa a otios. 46, 104, 106, 112, 113, 181, 225, 270, 271,
283), de los proverbios y clásicos (otios. 102, 103, 304,
334, 341, 466, 470), y de las historias antiguas y sagradas (otios.
103, 106, 107, 109, 142, 163, 237, 268); y se dilata el contenido de
las digresiones y se condiciona el desarrollo del poema al fin de dar
en las glosas consejos de variado tipo: sobre la moderación en el
vestir (glosa a otios. 34), la educación de los niños
(otios. 35), el cuidado de la salud (otios. 38),
preceptos de moral cristiana (otios. 40), la libertad en la
elección de oficio y vida (otios. 120, 198, 477), el celo de
los gobernantes (otios. 142), la conveniencia de evitar la ira
(otios. 163), ocupaciones de la vejez (otios. 204), la
compostura exterior y urbanidad (otios. 304), la necesidad de
que todos trabajen (otios. 310, 311) y la conveniencia de
verificar la verdad por parte de los jueces (otios. 386).
Predomina, pues, el estilo sentencioso y austero, basado en la
acumulación de citas proverbiales, frecuentemente entrecortado (cf.
p. ej. glosas a otios. 34, 40, 61, 137), que Sánchez
considera propio del proceder emblemático4.
La tercera divergencia señalada por
Robert J. Clements radica en una concepción de la literatura que
trasciende el terreno de las belles lettres. La cualidad
centrífuga del pensamiento de los emblemistas, que trasluce en la
diversidad de sus fines didácticos, caracteriza a menudo sus
discusiones sobre literatura, a la que nunca se la considera como
existente en el vacío, como ocurría a veces en las artes
poeticae, sino de hecho como firmemente compenetrada con otras
actividades humanas. Los libros de emblemas presentan especulaciones
literarias relacionadas con el simbolismo, las ciencias naturales,
filosofía, política y arte de gobernar, religión, moral,
pedagogía, historia, astrología, sin olvidar los temas más
tradicionales y controlados de la crítica renacentista: prosodia,
estilo, la definición e indentificación de géneros, etc. Las
glosas de otios. responden, en verdad, a los más variados
temas e intereses, que no se contradicen en absoluto con el designio
moralizador y práctico del conjunto, sino que más bien lo confirman
al actuar frecuentemente, sobre todo las mitológicas e históricas,
como fuente de ejemplos. Asi, hay glosas que inciden en la historia
local (otios. 15, 18, 19, 21, 22, 23, 24, 25), artes liberales
(otios. 26, 319, 330, 332, 413, 421, 446, 457), historia
natural (otios. 52, 172, 202, 206b, 208b, 209b, 240b, 365,
470) y antigua (otios. 61, 98, 105, 106, 107, 109, 115, 304),
arquitectura (otios. 76), mitología (otios. 90, 97,
101, 104, 108, 109, 110, 111, 112,113, 115, 116, 117, 165, 181, 271,
334, 453, 455, 463), y jurisprudencia (otios. 107, 142, 237,
268, 386). No faltan tampoco glosas sobre prosodia, estilo y género
literario (otios. 2, 4, 6, 9, 237). En ellas demuestra una
vasta cultura enciclopédica, que encaja perfectamente con la
amplitud de miras del género y con la identificación tradicional
entre poeta y filósofo.
La cuarta divergencia entre la
teoría literaria del ars emblematica y la de la crítica
dominante surge de su autonomía de espíritu. Los emblemistas no
sentían la obligación de conformarse a los patrones de un
pensamiento grupal5,
por lo que sus comentarios sobre literatura podían ser más
impredecibles, y sus puntos de vista sobre ella más sinceramente
creídos e íntimamente sentidos. Otra diferencia de espíritu nacía
del hecho de que los críticos predominantes intentaban guiar y
liderar el pensamiento del tiempo, para convencer y propagar,
mientras que los emblemistas intentaban conscientemente reflejarlo.
Querían que sus libros reflejaran el pensar de la época, lo que
trasciende en el título de muchos libros (Speculum,
Bespiegelingen, Mirrour of Maiestie, Espejo de príncipes)6.
Las advertencias sobre la métrica empleada contenidas en otios.
1-14 y, más que nada, sus correspondientes glosas sorprenderían,
sin duda, a cualquier mínimo conocedor de la prosodia y métrica
latina. El autor decide emplear libertades prosódicas (largas por
breves), y variedad de metros (hexámetros latinos no siempre
ajustados a medida, macarrónicos, versos mixtos o híbridos, e
hispanos) “por entremeter algunos refranes y dichos communes (glosa
a otios. 4)”, es decir, para dar entrada más fácilmente a
refranes y proverbios españoles, que son espejos de la sabiduría
popular y tradicional. La sorprendente justificación que se da a
continuación en esa misma glosa sobre la libertad prosódica
trasluce cierta despreocupación por los aspectos puramente técnicos
y su valoración crítica, aparte de un trato poco frecuente con las
Musas. La pretensión de deleitar con la variedad de versos (otios.
14) responde al antiguo precepto horaciano que pide la unión de lo
agradable y lo útil en la poesía.
La quinta y última divergencia
señalada por Clements estriba en la intención particular que los
emblemistas revelan tras sus preceptos sobre técnica. Tal tipo de
preceptos prácticos eran de rigor en los tratados teóricos de
poesía durante el Renacimiento. Probablemente, las más persistentes
indicaciones de naturaleza técnica hacen referencia a las
interrelaciones existentes entre grabado, lema y texto. En otios.
no se dan indicaciones de tipo técnico sobre los emblemas, a
diferencia de lo que ocurre con su poema. Señala Sánchez Pérez que
el carácter de autoridad que alcanza Alciato impedía quizás que se
intentaran nuevas formas o variantes en la expresión del mismo
género7.
A esto hay que añadir probablemente la evidente supeditación que
hace el autor de todos los recursos artísticos e intelectuales que
maneja a su fin moralizante, despreocupándose de su caracterización
particular.
En esta finalidad didáctica y
moralizadora asociada indisolublemente al emblema, y que lo señala
como un óptimo instrumento pedagógico, radica la elección genérica
del escritor gaditano. Éste se sitúa conscientemente en un género
aún reciente pero ya consolidado, asumiendo sus peculiaridades, como
acaba de ser demostrado a través de la argumentación de Robert J.
Clements. Presenta, asimismo, todas las características que marcarán
a la emblemática española en su conjunto: escaso interés por crear
un obra de arte ad hoc, carácter enigmático mitigado en la
imagen, predominancia del comentario sobre el resto de elementos del
emblema, y sometimiento del conjunto al adoctrinamiento y la
moralización8.
El carácter emblemático de la macarronea presente no es, por tanto,
anecdótico, sino que son las mismas exigencias didácticas de la
literatura emblemática las que condicionan la elección del género
y el desarrollo y extensión del poema, cuyas glosas son una
ampliación susceptible de ser continuada (cf. glosas a otios.
205b, 237).
______________________________________
1
Para la argumentación que sigue cf. R. J. CLEMENTS, o.c.,
pp. 228-235
2
cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., p. 47. Esta opinión medieval
queda perfectamente expresada en un poema de Alanus de Insulis:
“Omnis mundi creatura / quasi liber et pictura / nobis est et
speculum: / nostrae vitae, nostrae mortis, / nostri status, nostrae
sortis / fidele signaculum” (cf. M. PRAZ, o.c., p. 21).
3
El mismo Alciato presentaba una síntesis o identificación entre
poeta y filósofo. También Horozco y Covarrubias impresiona al
lector con esta identificación en el prólogo a sus Emblemas
morales. El hecho de que sus verdades filosóficas estén
expresadas en verso no debe provocar rechazo en el lector. Después
de todo, Solón y otros escribieron sus preceptos en poesía, y
Platón admitía en su República que incluso las leyes
podrían ser enseñadas en verso (cf. R. J. CLEMENTS, o.c.,
pp. 98-99). Tal identificación, que resulta extraña a la cultura
actual, tiene su origen en el alborear mismo de la literatura en
Occidente con Homero. Hesiodo rechazará a Homero en nombre de la
verdad, y ambos lo serán por la naciente filosofía con su rebelión
del logos contra el mythos. Heráclito, Jenófanes y
Platón los fustigarán sucesivamente, llegando este último a
expulsar a los poetas de su República. Pero los griegos no
querían renunciar ni a Homero ni a la ciencia; buscaron una
solución de compromiso y la encontraron en la interpretación
alegórica del poeta. Ésta correspondía a un aspecto esencial del
pensamiento religioso griego: la creencia de que los dioses aportan
su mensaje bajo una forma enigmática, por medio de oráculos o de
misterios. Incumbía a los iniciados desgarrar los velos que
ocultaban el secreto a ojos de los hombres. A partir del siglo
primero de nuestra era la interpretación alegórica gana terreno.
Todas las escuelas de filósofos encuentran sus propias doctrinas en
Homero, que es promovido a hierofante, guardián de los secretos
esotéricos, y eso incluso para los neoplatónicos. El paganismo en
su ocaso sometió igualmente a Virgilio a la exégesis alegórica
(Macrobio). Alegorías bíblica y virgiliana se confunden en la Edad
Media en una misma corriente, con la consecuencia de que la alegoría
se convierte en el principio de toda interpretación de textos.
Teóricamente separada del alegorismo, pero normalmente unida a él,
es la idea de que la poesía no es solamente la expresión de una
sabiduría oculta, sino también del saber universal. Así,
Quintiliano asegura que Homero conocía todas las ciencias,
afirmación que Macrobio harán después sobre Virgilio. Alain de
Lille une alegorismo con polymathia en el prólogo del
Anticlaudianus, cuando declara que su obra puede ser de
utilidad a todos aquellos que quieran instruirse, independientemente
del grado de sus conocimientos. El sentido literal es accesible a
los principiantes, el sentido moral a los que están más avanzados;
pero la sutileza de la alegoría aguijoneará aún el espíritu de
los que han llegado al término de su formación. Las mismas
poéticas de la época exigían al poeta que poseyera un saber
enciclopédico (cf. E. R. CURTIUS, o.c., pp. 327-333).
4
Cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., p. 148
5
Existe una mezcla confusa de objeciones a los críticos literarios
en los emblemas, que llega a la sátira de los críticos de nariz
larga (cf. R. J. CLEMENTS, o.c., p. 232). La nariz como
instrumento metafórico de una crítica hiperexigente era un topos
de la sátira latina, cf. el hiperbólico nasum rhinocerontis
de Marcial II, 3, 6, que reaparece en el “prohoemiunculum” a la
Zan. T: “Libriculum quicumque capit, quem perlegat, istum,
/ cesset, si nasum rhinocerontis habet. / Non me nasutis, non meque
dicacibus edo. / non quibus est humiles nausa videre libros. / Me
legat amussim quisquis legit omnia, quisquis / scit quia fert
aliquid lectio quaeque boni” (cf. ed. Zaggia, pp. 57-58). Se
detecta, no obstante, en Folengo una preocupación por el juicio
crítico que merezca su obra, que está prácticamente ausente del
autor de otios., como se ve en su “preambulum” (otios.
1-14).
6
En esto incide J. M. Maravall: “El contenido de esas obras
responde a una concepción tradicional del saber. El emblema –como
el apólogo o como el aforismo- no es un método de investigación y
conquista de nuevos conocimientos, sino de distribución –en este
caso, sí, para mayores masas- de un saber constituido. Se trata de
la alimentación fija de las mentes en una sociedad estática”
(cf. o.c., p. 187). Contundente era el juicio de Praz: “Los
escritores de emblemas capitalizaban los lugares comunes y el
depósito de la cultura literaria, por lo que difícilmente pueden
reclamar el honor de ser los creadores de nada. La literatura de
emblemas es el ejemplo más espectacular de la vulgarización y
liquidación de una forma de pensar que había tenido su apogeo en
la Edad Media. Los emblemistas divulgaron muchos repertorios
eruditos, principalmente para la decoración interior y el
entretenimiento de la sociedad galante, proporcionando elegantes
diseños para escayolistas bordadores, temas de moda para la
conversación y lemas para damas y cortesanos, hasta que tras el
siglo XVII las vulgarizaciones posteriores se convirtieron en un
juguete de parvulario” (o.c., p. 234).
7
Cf. A. SÁNCHEZ PÉREZ, o.c., p. 179
8
cf. ib., pp. 168-171
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