Dijo Vulcano a sus allí presentes vasallos:
"¿Quién hay que pueda ahora de derecho enseñarnos,
O a quien tendremos como juez en el pleito en que estamos?
Responde un herrero: “Hay cierta diosa aquí por el campo
Que Eco es llamada, ninfa a todos muy conocida, 270
Que como fue de Narciso mal estimada, de pena
Convirtióse en piedra, y sola la voz conservando
Responde brevemente no más que en la última sílaba.
Esta ha de hacernos justicia pues a nadie engañara.
En tal alta medida es honesta que ver no se deja. 275
Quien pueda dar fe de ella no se encuentra en las eras.
Esta no habla nunca, a no ser preguntada primero,
Y, aunque pastores suelan vivir también en los bosques
Donde ella posa, ninguno puede decir ‘la he visto’.
La faz la tiene velada, ni su sombra parece, 280
así antes en Roma Fauna del pudor fue la diosa.
Tiene compendiosa, breve y sucinta palabra
(¡Oh para mujeres cuerdas qué dos propiedades!).
Ésta dictará a la demanda sentencia conforme”.
“Iremos a su presencia -dice Vulcano-, a la cueva 285
Tribunal suyo, donde es la habitación de la ninfa”.
Con toda presteza sube al coche y emprende el camino
Vulcano al campo vecino, para que Eco decida.
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