Apenas de hablar dejó, cuando, regañando ellos todos
De dientes, ardían por beber sangre de los infieles.
No de otra suerte al toro arremete brioso el alano
O el perro a los bofes, o a coger el ratón una gata,
Como la hispana hueste atacó los turquescos cuarteles: 35
Montantes y espadas embisten y grandes las alabardas,
La partesana a la par del dalle y luenga bisarma1;
Bombardas y con mucho bombo grandes cañones
Enormes pelotas envían a los cuarteles turquescos.
Se ve de la Guerra el pesaroso semblante, y nunca antes 40
Visto fue o por el orbe oído tal descalabro
Como el que sufrió en el mar de los turcos la escuadra
Con su almirante sañudo y real tesoro al tiempo,
De suerte que ninguno quedó de chusma tamaña;
Nunca contuvo la caldera de Pedro Botello 45
Tantos hombres al par, ni el mar tal suma de capacetes.
Vino del gozo el momento, áureos hados surgieron,
Pues la casa de Austria los turcos y el Asia rebelde
Con su poder aplasta, y al mundo entero doblega,
Y de los turcos toda ralea al Orco la mandan. 50
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1
Cf. glosario s.u. ‘montante’, ‘alabarda’, ‘partesana’,
‘dalle’ y ‘bisarma’. En los versos finales se expresa una
convicción propia de los escritores españoles de los primeros años
del siglo XVI quienes estaban “firmemente convencidos de que los
otomanos desaparecerán de la tierra del mismo modo que aparecieron.
Como su poder no está basado en la cultura y la civilización, sino
en la fuerza de las armas, se perderá la memoria de ellos cuando
sean derrotados militarmente” (cf. M. A. BUNES IBARRA, o.c.,
p. 71 n. 6). La victoria de Lepanto alentó, momentáneamente, esta
esperanza.
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