La historia de tal género queda indisolublemente unida a la figura del monje benedictino Teófilo Folengo (1491-1544) que, bajo la personalidad ficticia de Merlinus Cocaius, publicó, por primera vez en 1517, sus Macarroneas, magna obra que el autor vendría a amplificar y pulir durante el resto de su vida. Esta primera redacción, conocida como Paganini, fue grandemente ampliada en 1521, dando luz a la redacción Toscolanense (la más editada de las cuatro y la más influyente, por otra parte, en la macarronea española y en nuestra literatura vernácula), que sufrió una profunda reelaboración estructural y lingüística en la redacción Cipadense, en torno a 1535; la última, la Vigaso Cocaio, tiene carácter póstumo (1552), y supone una revisión parcial de la Cipadense, interrumpida por la muerte del autor.
Frente a la producción macarrónica anterior a Folengo, poesía de circunstancias nacida en un ambiente universitario de tradición goliárdica, la obra de Folengo nace con grandes pretensiones artísticas. En ella la parodia artística es inseparable del afán de emulación de la poesía clásica propia de todo el humanismo renacentista, y Folengo acaba por sustanciar y legitimar su creación poética como universo alternativo y paralelo al de Virgilio. Efectivamente, Folengo crea una fábula etiológica sobre su pseudónimo literario, Merlín Cocaio, situando su nacimiento en la localidad de Cipada, tradicionalmente enfrentada a la vecina de Pietole, que se atribuía el ser la patria del gran Virgilio, ambas próximas a Mantua, la tierra natal de Folengo. La emulación de su compatriota Virgilio resulta particularmente patente en el contenido de las obras macarrónicas de Folengo, que adquieren una configuración definitiva en la redacción Toscolanense. Ésta se abre con la Zanitonella, conjunto de composiciones que imitan en registro paródico las églogas de Virgilio, pero donde la visión del mundo campesino que se ofrece dista de ser idílica. Sigue el Baldus, que constituye la primera aplicación al género épico del arte macarrónico, y se presenta como un extenso poema épico-caballeresco (más de 12000 hexámetros en 25 libros), que narra las hazañas de Baldo, descendiente del paladín carolingio Reinaldos de Montalbán. El impulso original del autor parece haber sido, como señala Cesare Segre, el de confiar a un poema latino de matriz virgiliana el tratamiento de una gama de temas coligados por un diseño caballeresco, destinándolo a un público muy culto conocedor de la épica clásica y de la épica culta, especialmente de la Eneida y del Orlando furioso. Cierran la redacción Toscolanense la Moschaea y un Libellus epistolarum et epigrammatum. La Moschaea es un poemita heroicocómico que narra la cruenta guerra librada entre las moscas y las hormigas con sus respectivos aliados, siempre dentro del ámbito entomológico. La comicidad de la obra radica, además de en el lenguaje macarrónico, en la aplicación de la ilustre panoplia de la tradición épica al universo trivial de los insectos.
Este carácter de poesía erudita, aparte de sus méritos intrínsecos, aseguró el éxito internacional de Folengo -cuya importancia en la literatura italiana de la época sólo cede a la de Ariosto- durante más de un siglo, y suscitó la libido imitandi, prurito de emulación, en los círculos humanistas europeos. La influencia directa e indirecta de Folengo en nuestra literatura vernácula fue también importante (El Lazarillo, Lope de Vega, la Mosquea de Villaviciosa, Cervantes) y ha sido convenientemente estudiada por Alberto Blecua, Fernando Lázaro Carreter y Francisco Márquez Villanueva.
Imagen: grabado de la redacción Toscolanense que representa a Merlín Cocayo.
Imagen: grabado de la redacción Toscolanense que representa a Merlín Cocayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario