1. El léxico macarrónico.
1. 1. Macarronismos léxicos.
Constituyen
el cuerpo básico del léxico macarrónico de epist.
(124 de 135 macarronismos registrados). Un pequeño número pertenece
a un acervo lexical arcaico (curtus,
harone, mochachos)
o anómalo (lota).
Doctoramentum
es el único posible ejemplo de manipulación de la voz vulgar de
origen (i.e. ‘doctoramiento’) en el proceso de macarronización,
más allá del simple añadido de sufijos y desinencias al lexema de
la palabra española.
1. 2. Macarronismos morfológicos.
Pueden
aducirse un ejemplo: se lee un horologius,
que altera el género neutro del original lat. horologium.
Tiene la importancia de ser el primero documentado en el desarrollo
de la macarronea española. Parece deberse a razones métricas.
1. 3. Macarronismos heteróclitos.
Un apunte
de este tipo se encuentra en el abl. pl. colchonis,
en cuyo lugar se podría haber esperado una forma *colchonibus
por la 3ª declinación, a la que sería más fácil de adscribir un
sustantivo como colchón
dado
su plural colchones,
ya documentado en Spur.
10.
1. 4. Macarronismos semánticos.
Pueden
incluirse dentro de esta categoría audientia,
calles, pupili, saltare, simam, tabernas.
1. 5. Macarronismos de locución o de calco.
Los dos ejemplos registrados (cabo de vela, per poco
dinero) resultan casi citas directas del vulgar, por lo que su
regularidad prosódica se relaja. Estamos, como advierte M. Zaggia,
en los límites extremos de la gramática macarrónica1.
1. 6. Frecuencia de los macarronismos.
Los 37 versos que contienen un solo macarronismo (vv. 2, 4, 20, 25,
29, 32, 33, 42, 44, 48, 51, 53, 54, 62, 68, 73, 76, 77, 79, 80, 81,
82, 84, 86, 90, 91, 93, 94, 95, 96, 100, 108, 112, 113, 115, 119,
120) representan un 30,83% del total.
Los 42 versos que contienen más de un macarronismo (vv. 10, 11, 12,
14, 15, 16, 17, 18, 19, 30, 34, 35, 36, 38, 39, 40, 41, 43, 47, 49,
50, 56, 58, 64, 65, 66, 67, 69, 70, 74, 75, 78, 88, 98, 99, 101, 102,
103, 109, 111, 116, 118) suponen un 35% del total.
Los 38 versos íntegramente latinos (vv. 1, 3, 5, 7, 8, 9, 13, 21,
22, 23, 24, 26, 27, 31, 37, 45, 46, 52, 55, 57, 59, 60, 61, 63, 71,
72, 83, 85, 87, 89, 92, 97, 104, 105, 106, 107, 114, 117) representan
un 31,66% del conjunto total.
La distribución casi proporcional de las tres categorías llama la
atención, fundamentalmente, sobre el elevado número de versos
íntegramente latinos.
1. 7. Función estilística de los macarronismos.
La disposición predominante de los hexámetros latinos coincide con
los momentos de tono más grave, como son los de queja ante la
situación de injusticia que el doctor afirma sufrir (cf. vv. 1-9;
vv. 21-28) o cuando refiere lo sacrificado de su oficio (cf. vv.
104-107); en otras ocasiones eclosionan en torno a un calco clásico
(cf. vv. 37, 55, 61, 63, 71, 105, 114, 117 y ap. de fuentes
correspondiente). Fuera del primer y segundo grupo enunciados, son
básicamente neutros desde el punto de vista estilístico, excepto
cuando resultan connotados por contraste irónico con el contexto
macarrónico. Tal es el caso del v. 63 (haec est prima quies
miseris scholaribus aeui), que con su armonía clásica parece
anunciar un respiro a las desdichas de la vida escolar. Esta
impresión se desvanece inmediatamente en el v. 64 (in colchonis
factis non fina sed lana pelote), que devuelve brutalmente a la
realidad de su miseria material (vv. 64-72).
La función de los macarronismos en epist. está en relación
proporcional con la impresión que se pretende conseguir en el
influyente destinatario de la carta. Recuérdese que el autor
advierte que a pesar de ser una macarronea lo que escribe, no tiene
un carácter jocoso y amable (cf. vv. 1-4), como aquellas con las
que, quizás, Sánchez deleitó a Vargas en su época salmantina,
situándose así en la tradición del médico "chocarrero",
de la que será un ilustre exponente López de Úbeda con su Pícara
Justina2.
No hay, ciertamente, en esta obra un regusto filológico y
preciosista en la creación y experimentación lingüística con los
macarronismos, como se deduce del análisis del léxico macarrónico.
El autor, por el contrario, emplea mayoritariamente una masa de voces
que en su enmacarronamiento desinencial apenas se apartan de su forma
originaria vulgar (arroyos, atolladero, barrancos, braços,
bubosas, cabecera, cabo de vela, callejuelas, calles, camas, camisa,
capa, cartas, caydas, cerrajas, ciciones, columna, costas, cozina,
curta, chinches, choças, despensas, per poco dinero, etc), que
resaltan así dramáticamente la materialidad de la realidad que se
pretende evocar (quartos, tripas, sepulturas, horcas, sisas,
pulgas, chinches, piojos, pobreza, horca, callejuelas, puterias,
putas, bubosas, ciciones, mentiras), como puede observarse
también en la adjetivación (sucias, caydas, sarnosa, frio,
curta, raida).
A pesar del carácter práctico del texto, éste no está exento del
cuidado formal, lo que, por otra parte, no debe considerarse
paradójico. El autor emplea, así, aliteraciones efectistas
combinadas con anáforas donde aprovecha las posibilidades que le
ofrecen ambas lenguas (v. 14: “heu! Quot arroyos, quot rupes atque
barrancos”). De esto son prueba las alternancias de formas latinas
y sus correspondientes vulgares3
(cf. vv. 25-26: ...expeluzatus / horresco...; vv. 81-82:
...pagate / ...persoluere...). Hay que destacar la hábil
disposición de los macarronismos, que son insertados en los
contextos donde alcanzan mayor fuerza evocadora, connotados casi
siempre negativamente. Véase el v. 73 (quoque magis doleas, iam
imminente pobreza), construido hasta la cesura principal sobre un
calco clásico, y que se cierra con un ablativo absoluto cuyo sujeto,
que ocupa frontera versal, es un expresivo macarronismo, “pobreza”,
que resume y anuncia el grueso de las desgracias de los condiscípulos
del joven Diego Sánchez. Estas desventuras alcanzan su culminación
y cierre lapidario en el verso 91 (sola horca manet, et desperatio
sola), en el que convergen figuras como el quiasmo, cuya férrea
arquitectura evoca el rigor de una sentencia, la epadaniplosis
(sola...sola), que incide psicológicamente en el desamparo
del infortunado estudiante, y el hysteron-proteron, que, trastocando
el orden cronológico de las ideas, resalta el macarronismo “horca”,
más efectivo aquí sin duda que su correspondiente latino “furca”.
Existen en epist. rasgos del conceptismo que eclosionará en
la literatura vernácula hacia finales de siglo4.
Véase un ejemplo de retruécano en los vv. 69-70 ([syndone]
constructa ex stupa et lota sine jabone / quam magis induerant
costurae et mille remiendi), donde se nos habla de una sábana
que no ha recibido las marcas del jabón de sastre, sino la de las
costuras y mil remiendos; de calambur (cf. v. 90: “extat praecipue
‘si necius’ aut sine litteris”); de derivación
(cf. v. 101: “...calles et callejuelas”); y ejemplos de dilogía
como en los vv. 111-112, en los que se juega con un doble sentido de
adsunt, ‘acompañar’ y ‘asistir (como defensa)’:
frente a la incomprensión del concejo al doctor sólo le ‘asisten’
una serie de enfermedades, que son el objeto de su labor; dilogía
existe también en el v. 118 donde se juega con una doble acepción
de pecho, ‘parte del cuerpo humano’ y ‘tributo’.
Es, finalmente, notable la ausencia total de macarronismos e,
incluso, de calcos folenguianos. En poco menos de diez años, si
Bald. fue escrito entre 1522 y 1524, la macarronea ha
alcanzado plena independencia de su modelo italiano, y su código
lingüístico, el macarroneo, es manejado con gran seguridad y
conciencia de sus posibilidades expresivas.
2
Cf. cap. VI. 2. 1.
3
Cf. ed. Zaggia, pp. 671-672.
4
Cf. FERNANDO LÁZARO, "Sobre la dificultad conceptista" en
ID., Estilo barroco y personalidad creadora, Anaya, Madrid
1966, p. 20.